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—¿Te gusta? —preguntó suavemente esperando observar la aprobación del infante. Ezra se inclinó y buscó encontrar la mirada esmeralda de Ilya frente a él. Lentamente tomó la pequeña mano y la acarició con amor, le dolía ver a su cachorro tan callado—. Ilya, por favor, háblame.
—Me gusta... —oyó su murmullo y su corazón latió con rapidez, las manitos de Ilya se alejaron de las suyas y tomaron el libro de tapa dura color café. El omega tragó saliva con dificultad y se levantó del sillón donde se encontraban sentados. La biblioteca de la casa de Drozhin se había vuelto el mejor lugar para practicar las clases de Ilya. Era amplio y tenía un sinfín de recursos que volvían al cachorro una persona curiosa ante todo.
—Podrás practicar la escritura o utilizarlo para dibujar. Podemos dedicar más tiempo a tus clases y...—Ezra siguió hablando, se movía de aquí para allá tomando libros, papeles, casi todo sobre las lecciones que tenían diariamente. Ilya lo miró, tan perdido y centrado en la extraña actitud de su madre, y todas sus acciones. Muchas veces había hecho lo mismo y ya se daba cuenta de la situación.
Porque siempre que el Omega hacía llorar a su cachorro buscaba su perdón a través de regalos, cada grito, zarandeo, cada uno de ellos terminaba en eso. Eran tantas veces que ya quitaba la emoción de sus presentes. Lentamente Ilya dejó el libro a un costado y miró a su madre de pies a cabeza. Traía encima un aroma espantoso, tan feo que su naricita se frunció un poco. Sin duda alguna supo que se trataba de la cosa fea que siempre acompañaba a su madre, el tal Isak.
El aire se llenaba de su aroma picante y Ezra parecía no notarlo. Las marcas en su cuello, la mordida reabierta y la sangre seca gobernando la piel dañada. Ilya suspiró y cuando Ezra volvió a centrar su atención en él supo que no tenía otra oportunidad como esta para preguntarle qué pasaba verdaderamente.
—No me gusta —habló y observó cómo el rostro de su madre se transformaba en total preocupación. Por un instante Ilya sintió pánico, sin embargo, era necesario comentar lo que pasaba. Apretó los puños cuando Ezra se acercó de vuelta al sillón, con miedo a escuchar otro sermón.
—¿No te gusta el regalo? —preguntó el Omega e Ilya lo miró, sus ojos verdes chocaron con los de Ezra, idénticos.
—No me gusta ese hombre... con él que siempre estás —murmuró y las mejillas de Ezra se tiñeron de un rojo carmín. Su reacción tomó por desprevenido al cachorro, ya que creía que su madre se iba a poner a gritar, a retarle por tocar temas de adultos. Sin embargo, su silencio momentáneo hizo que pensara más lo que iba a decir. Ilya apartó la mirada, y llevó una mano a su pequeña nuca—. No me gusta lo que te hace aquí.
—N-no es... no es lo que tú crees, Ilya... —habló Ezra, cubriéndose la mordida. El cachorro miró a su madre y se encogió en su lugar, notando la expresión que tenía. Aquél rostro fruncido, la mirada preocupada... Nunca le gustó esa expresión, jamás, porque sabía que significaba problemas y llanto. El cachorro se sintió incómodo al instante—. Es... es complicado. No lo comprenderías.
—No me gusta... No... Te lastima —dijo, mirándolo directamente—. Me asusta. No quiero que te dañe, no quiero que me dañe.
—No lo hace, cariño, no... Jamás te dañará, lo prometo. Es un alfa que conozco hace mucho tiempo es... —Ezra recordó la cicatriz en la frente de Ilya, aquella que se ocultaba tras su hermoso y rizado cabello castaño. Involuntariamente llevó una mano a su hombro—. Es... incapaz...
—Pero si no te hace daño... ¿Qué es eso? ¿Porqué lo tienes? —Ilya preguntó—. ¿Porqué tienes... ese aroma? No es el mismo de siempre, es feo.
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EL LLANTO DE ISAK
WerewolfIsak era feo, pensó, era el tipo de alfa que te desgarraba el corazón de una mirada y te ahogaba al segundo siguiente con su aroma putrefacto. Era el tipo de bestia que te obligaría a correr aun si tuvieras los tobillos rotos, ahí, al primer momen...