seis

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Se removió con molestia, tratando de cerrar la boca y sin embargo, se le hizo más cómodo mantenerla entreabierta. Intentó abrir los ojos somnolientos y pesados, se sentía como plomo, como si soportara toneladas y toneladas de peso dentro de su cuerpo. Movió la cabeza de a lados y llevó sus manos a su rostro para limpiar las lagañas que tenía. Gruñó y su mirada enfrentó un techo lejano, color crema y con una araña dorada con pequeños diamantes de decoración, estaba apagada y cerró los ojos con dolor. Se levantó y su espalda dió un crujido que le molestó. Se miró y la poca luz que entró por la puerta de la terraza le dió a entender lo limpio que se encontraba, la mugre que había traído en su cuerpo ya no estaba, y un elegante pantalón holgado cubría sus piernas. Se miró la mano mutilada, y notó la gran decoración que se había puesto la última vez que vio al Omega. La delicadeza del objeto era evidente, tanta elegancia en la decoración y la estructura le daba un toque exagerado. Escuchó la puerta abrirse y de ella se asomó un cuerpo delgado y con pasos lentos. La luz se prendió y observó el rostro limpio y hermoso de aquél Omega.

Este lo miró con seriedad, dejando la bandeja sobre un mueble color chocolate que había. Traía pantalones cortos, una camiseta de lino y tirantes. Abrió las cortinas y la luz de la mañana cegó a Isak con molestia. Aspiró con fuerza y sintió el aroma amargo y dulzón que traía el hombre.

—¿Cómo te sientes?—le preguntó volviéndose, sus orbes verdes se clavaron en él, su boca se secó y bajó la mirada. El aroma lo embriagó y llevó una mano hacia su nariz. 

—Cansado.

—Es evidente —mencionó con sutileza, caminó con tranquilidad hacia él. Trayendo la bandeja, frunció el ceño cuando observó el mueble algo lejos de ellos. Y de sorprendió de la rapidez, el Omega lo dejó en sus piernas y se sentó a su lado. Su complexión pequeña delató su condición, tenía manos delicadas, piel lechosa y de aspecto suave. Como todo Omega. Y sin embargo, su mirada lo hacía temer por su propia vida—. Te encuentras débil. Come algo.

Miró la bandeja, había un tazón con sopa de aspecto apetitoso, las tostadas a su lado tenían jamón y queso derretido, pan humeante con manteca derretida y también galletas. Tenía té y un vaso con zumo de naranja. Apretó la bandeja con sus manos, recordando las migajas que le traía cuando estaba en aquella habitación, lo pensó un poco, tal vez lo que tenía que hacer por ese Omega no era algo simple.

—Isak —lo llamó y puso una mano sobre la suya—. Bebe esto primero.

Le tendió un frasquito con un líquido amarillento, y volvió a mirarlo.

—Hazlo —le mencionó con suavidad, tardó un poco, mientras sentía sus dedos suaves acariciar sus brazos, su voz suave, un Omega hermoso—. Por favor, Isak.

Su alfa lo obligó a aferrarse con fuerza al frasco, la necesidad de obedecer era insoportable, pero su parte razonal le decía que no. Que no lo haga. Y sin embargo, su naturaleza le gritó. Le ordenó que obedezca aquellos labios color sandía, bellos. Lo bebió sin más y su garganta ardió entre amargura.

—Buen chico.

—¿Qué era? —dejó el frasquito en la bandeja, de repente sintiéndose energético y sin dolor en sus extremidades—. Me siento bien.

—Para calmar tus dolores —mencionó. Isak tomó una cucharada de sopa y su boca se hizo agua, empezó a devorarla como cavernícola y el Omega rio—. Qué alfa.

Dejó la cuchara a un lado y tomó el tazón con las manos, la dirigió hacia su boca y empezó a tragar bocanadas de ese exquisito alimento que tanto desesperó a su apetito.

—Como te dije anoche, necesito que hagas algo por mí —mencionó mirando sus manos—. Es por eso que requiero tu absoluta fidelidad en el caso, estás atado a mí Isak.

El chico bajó el tazón, y dejó de tragar. El Omega lo miró e Isak le prestó suma atención. El rostro del hombre se sorprendió al verlo y levantó las cejas tomando un pañuelo de su bolsillo, lo tomó del rostro y empezó a remover la comida de sus mejillas.

—¿Atado? —preguntó Isak. Buscó algún vínculo emocional con el Omega, aquellos que todos suelen alardear cuando sucede la marca. Pero su alfa estaba tan sólo como él—. ¿Cómo que atado?

—Tu mano —Isak se miró la mano mutilada, y observó la piel irritada alrededor del objeto lujoso que lo rodeaba—. Es nuestra unión. Yo también tengo uno —extendió su mano y observó un anillo grande incrustado en el dedo que a él le faltaba—. Es nuestro acuerdo, con esto tendré por seguro todo de ti.

—¿Cómo estás seguro de ello?

—Porque ahora mismo en tu sangre se encuentra la vía de escape de una fuerte toxina que está acumulada en tu mano mutilada —habló a Isak se apartó con rapidez, la bandeja cayó de sus piernas y el suelo se manchó por completo. El Omega se levantó sorprendido—. Tranquilo, Isak. No se puede liberar a menos que yo quiera. Y cómo llegues a desobedecer mis órdenes tu cuerpo quedará paralizado. Y te enterraré vivo hasta que la misma desesperación te mate.

Isak tenía la boca abierta, rojo como un tomate, retrocedió y se cayó de la cama. Se levantó con rapidez intentando arrancarse aquél objeto. Gritó con fuerza mientras sentía que la piel y sus huesos se pegaban a él.

—¿¡Estás loco maldito Omega!? —gimió y tembló al no poder sacárselo y el Omega caminó hacia él con seriedad—. ¡No te me acerques!

Isak gruñó y usó su vos con el hombre, este se detuvo cerrando los ojos con molestia. Los abrió y la ira en ellos se reflejó como un diamante. Se acercó sin miedo a que el alfa pudiera hacerle algo y lo abofeteó. Isak se ruborizó y se calmó.

—Cállate, deja tanta histeria por favor —regañó el hombre, arregló su ropa—. Pues bien, ya lo sabes, tienes que hacer lo que te ordeno. Sé un buen chico y tendrás más vida. Hoy a la noche iremos a un lugar repleto de alfas. Y en mi condición no puedo ir solo.

—¿En tu... Condición? —preguntó Isak incrédulo.

—Mi celo está por acercarse. Es insoportable y doloroso. Por eso... —murmuró apartando la vista—. Por eso tengo ese aroma...

—Es... Un poco amargo —susurró.

—Bien, mientras dormías te limpié, busqué ropa de tu talla. Este es tu cuarto, si quieres salir búscame. Estoy a siete puertas de ti —el Omega caminó hacia la puerta con sutileza—. Son las cinco de la tarde, nos vamos a las ocho. Prepárate si deseas.

Isak asintió y el Omega se retiró. Corrió hacia la terraza y miró hacia bajo, eran alrededor de quince metros de altura si caía. Además, no quería terminar paralizado pero en caso de que no le vea escaparse...

—Ezra no permitirá que te escapes —escuchó una voz suave detrás de él. Se volvió y se encontró con un joven alto y delgado que juntaba el desastre que había hecho, respiró profundo tratando de captar su aroma.

—¿Ezra? —aspiró cuando se acercó, el chico tenía la vista baja y cuando la levantó retrocedió un paso. Tenía el rostro cortado, ciego de un ojo, tragó saliva notando la falta de dos dedos en sus manos. Casi vomita.

—Nuestro amo —asintió el hombre, ya con la bandeja en manos, se acercó a él—. Veo que ya estás dentro.

—¿Qué...?

—Lo digo por el dedo —habló—. Todos tenemos uno.

—¿Todos?

—Por supuesto —el hombre levantó las cejas—. Bueno... No somos tantos.

—¿Hay... Hay más? —Isak arrugó el entrecejo.

—Hemos fracasado en los experimentos, y nos ofreció vivir aquí mientras quiera nuestros servicios —el hombre caminó hasta la puerta—. Somos tres, contándome. Cada uno tenemos distintas formas, yo, por ejemplo, soy beta. Nací siendo Omega. Él me convirtió en lo que soy hoy. Estamos emocionados contigo, ver a un alfa perder su poder, o mejorarlo. Quién sabe qué planea para ti.

—Planear...

—Ezra no se familiariza con alfas —dijo abriendo la puerta—. Nunca fue anudado ni tampoco estuvo con uno. Sus celos los pasa con betas, como yo.

—Pero...

—Él los odia. Él te odia.










SIN EDITAR.

EL LLANTO DE ISAKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora