Isak abandonó la habitación tras escuchar la confesión de Ezra.Verdaderamente no podía argumentar palabra alguna ante su condición, se sentía confundido, incapaz de entender el razonamiento de la situación. El Omega que había conocido no era realmente uno. Era un alfa. ¿Un alfa? Claramente estaba chiflado, como una maldita cabra. No era posible. No fue posible en él ni en nadie. Ezra era pequeño, hermoso como todo Omega y delicado como uno. No le entraba en la cabeza que aquél hombre de metro sesenta y ocho hubiese sido un alfa alguna vez en su vida.
Gruñó, apretó con fuerza su puño y removió su cabello molesto. Claro que sí. Era posible, lo era porque en el fondo de su ser sabía que algo no andaba bien con él. Ezra no era un Omega como otros, tenía una actitud autoritaria e incluso llegaba a aterrarle. Un alfa.
—Un maldito alfa... —susurró y bajó la mirada.
Le había dicho que no podía concebir, que no tenía útero al igual que él. Se sintió extrañamente desilusionado en su interior, Ezra era un Omega hermoso, tan delicado, estaba seguro que cualquier alfa le gustaría marcarlo. Sin embargo, su mente se confundió más cuando se preguntó qué tan alfa era en su interior y qué tan Omega era físicamente. ¿Acaso una mordida sería lo mismo que con un Omega real? ¿la unión estaría? No estaba seguro. Muchas veces había escuchado que tras marcar a un Omega la conexión se volvía pura. Que parecía ser una explosión en el interior de ambos.
Isak tragó saliva, cerró los ojos cansado y llevó una mano al puente de su nariz. Ezra tenía la cicatriz de una mordida en su cuello, lo había visto hacia mucho y sabía que era verdad. Trató de imaginarse la situación en su cabeza, con un alfa lunático, pedófilo violador de chicos alfa-omega. De Ezra pequeño, con aquél cuerpecito delgado y esa hermosa piel perla digna de los mejores tratos. Imaginó su rostro sonrojado, sus ojos verdes dilatados y aquellos labios sandía hinchados. Tal vez su aroma se torne agridulce, del mismo que había tenido cuando lo sorprendió con su celo.
Se preguntó incluso si Ezra era capaz de segregar lubricante natural.
Tal vez estaba dando muchas vueltas al tema, tal vez, debía dejar de pensar en un Ezra desnudo en una cama, rogando por que un alfa lo llene por dentro, que lo anude como todos los Omegas hacían en sus celos. Isak no pudo apartar ese pensamiento de su cabeza. Él había estado con Omegas en celo, los había sentido, y sabía hasta ahora que era lo más placentero que sintió alguna vez en su corta vida. Ellos tendían a aferrarse mucho al alfa, a pegar sus hermosos rostros al cuello de uno y gemir suavemente, tan delicado como eran, Isak sintió un escalofrío en su piel cuando recordó. La piel ardiente de los Omegas no era más que señal para calmarlos, para besarlos y Dios, él no debería estar pensando eso.
Salió del balcón y caminó hasta el baño, mojó un poco su rostro y se miró al espejo.
Ezra era un alfa que comprendía el sufrimiento de los Omegas. Y frunció el ceño ante eso, le había dicho que ser alfa implicaba ser como una marioneta de su instinto animal. Como si fuera un salvaje. Isak se miró a los ojos y recordó lo que le habían dicho de pequeño sobre las tres jerarquías. Los alfas tendían a ser agresivos, celosos y territoriales, importantes y poderosos. Todos los niños siempre deseaban ser grandes alfas, poder cuidar del Omega y protegerlo. Pues ese era su papel. Proteger al Omega.
Y sin embargo, los casos de violaciones y maltrato hacia ellos crecían cada día. De abandono, de omegas muriendo de tristeza tras un lazo roto. Porque era verdad, Isak mismo recordó a Finn. A su alfa sin corazón que lo maltrató por no traer hijos al mundo.
Y a Ezra, que fue mutilado por que el alfa de algún bastardo no pudo comprender que él no era un Omega por naturaleza.
Pero él no podía hacer nada para corregirlo, sólo era un puberto alfa inexperto que siquiera sabía lo que era mantener una familia, o cuidar de un Omega. Isak secó sus manos con una toalla y fue directo a la puerta de salida.
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EL LLANTO DE ISAK
WerewolfIsak era feo, pensó, era el tipo de alfa que te desgarraba el corazón de una mirada y te ahogaba al segundo siguiente con su aroma putrefacto. Era el tipo de bestia que te obligaría a correr aun si tuvieras los tobillos rotos, ahí, al primer momen...