—Tendrá que tener una dieta severa a partir de ahora.
Baltazar bufó, su mirada se posó en aquél viejo hombre velludo, cubierto de canas por doquier, su fina letra inentendible se marcaba con rapidez entre aquellas hojas amarillentas que traía consigo. Era un beta, viejo, de unos sesenta años, tal vez un poco más avejentado de lo que debería. Sus ojos viajaron a la mano que se posó en el vientre de Ezra, medio plano, pálido y suave. El Omega tenía el camisón extendido hasta su pecho, sus manos quietas a cada lado de su cabeza y aquella vista perdida que venía teniendo desde hacia dos semanas. Baltazar tragó saliva cuando empezó a captar lo poco cuidado que estaba, sus rizos estaban desordenados, una enredadera de hebras chocolate difíciles de peinar. Parecía como si los cuidados que Ezra tenía sobre su propio cuerpo y apariencia hubieran desaparecido. Sus orbes verdes habían perdido el brillo, y no había persona más ausente en el mundo que aquél ser humano. Parecía tan muerto de alma que su sola presencia era difícil de notar.
—Su embarazo será riesgoso, recomiendo una dieta sana, deberá estar medicado y listo para el cambio en su cuerpo. En pocos meses su bebé empezará a crecer y buscará más lugar en su vientre. Puede que corra el riesgo de tener alguna costilla rota. Debemos orar para que sea un cachorro pequeño, generalmente los embarazos entre omegas hombre son difíciles, y este realmente es... Un caso muy complejo —comentó mirando a Ezra de cuerpo entero. Baltazar arrugó el entrecejo, incómodo por el comentario del hombre. Ezra parecía no dar caso a sus palabras y justo al momento que el hombre terminó deslizó sus manos por el camisón y se tapó el cuerpo semidesnudo—. Llámenme si pasa algo, ah y no olvide darle las pastillas que recete, no harán gran efecto pero podrá dormir con normalidad por las noches. Buenas tardes.
—Lo acompaño —dijo Baltazar levantándose de la silla en la que estaba sentado, tapó a Ezra con rapidez y éste se removió en la cama, tapando su cabeza con la almohada de plumas, cuando salieron de la habitación el viejo hombre se secó el sudor de la frente con un pañuelo de tela con bordado de flores, el beta se concentró en su mirada y notó el semblante inquieto que aquél tenía.
—Déjeme decirle que casos así son bastantes complejos a mi parecer —susurró mirando a su alrededor, notó lo inquieto que estaba y eso hizo que se sintiera un tanto inseguro.
—¿Qué quiere decir? —mencionó frunciendo el ceño, se sentía un poco molesto con todo.
—Ezra necesita distraerse. Escúchame —comentó el beta, lo tomó apenas con cuidado del brazo y Baltazar lo miró con demasiada curiosidad—. Hubo muchos casos de omegas abusados que terminaron en estado, la mayoría murió. Murieron de angustia, miedo, tristeza. Tan sólo un pequeño porcentaje mantuvo a sus niños, alejados de todo, en el campo. Requiero que Ezra se distraiga, alguna actividad al aire libre, no tan pesada, que no lo canse mucho. Debe despejar su mente de aquellos sucesos.
—Entiendo —Baltazar asintió, el beta frente suyo inclinó la cabeza de saludo y se volvió, caminando hacia la salida. Verdaderamente convencer a Ezra de hacer alguna actividad sería como hablarle a la pared. Ya no salía, directamente su único pasatiempo era dormir, llorar sus desgracias y comer de vez en cuando. Parecía como si aquél niño que crecía en su interior le hubiera absorbido todas las ganas de vivir.
Pensó en la cocina, en hacer recetas simples, enseñar a cocinar a Ezra tal vez resulte una distracción buena. Serían nueve meses, con suerte pasarían todas sin problemas, si seguían todo al pie de la letra Ezra se salvaría y el niño también. Aunque... ¿Qué pasaría luego? ¿Qué pasaría con aquella creatura?
De repente se sintió abrumado, inquieto, aquél niño sería distinto. Un cachorro fecundado por dos alfas, por un útero artificial, ¿Sería un Omega? ¿Un beta, otro alfa puro? No lo sabía. No tenía idea alguna de lo que depararía el destino para Ezra, de si lo aceptaría, como hijo, como una pequeña extensión de él.
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EL LLANTO DE ISAK
WerewolfIsak era feo, pensó, era el tipo de alfa que te desgarraba el corazón de una mirada y te ahogaba al segundo siguiente con su aroma putrefacto. Era el tipo de bestia que te obligaría a correr aun si tuvieras los tobillos rotos, ahí, al primer momen...