No podía dejar de mirarlo.
Estaba ahí justo frente a él, recostado en esa gran cama vacía que arropaba su cuerpito escuálido. Su mirada recorrió aquella anatomía con lentitud, tan chiquitito y hermoso, delicado. Cómo era posible que un Omega como él existiera, cómo era posible que su naturaleza original fuera el de un alfa majestuoso. No podía ser. No podía serlo porque no encajaba con él.
—Mi Omega... —susurró, sentándose a un costado de la cama. Elevó su mano hasta aquellos rizos color chocolate y los enredó en sus dedos—. Mi dulce Ezra...
Acarició sus pómulos, sus labios, recorrió su piel suave hasta llegar a su vientre y se detuvo ahí, quieto. Su Omega estaba muy sedado, obligado a permanecer en el sueño profundo hasta que el dolor de las cicatrices cesara. La última sesión había sido por la mañana y ya no quedaba ninguna.
Habían pasado ya siete semanas desde que lo encontró en Italia, los resultados de los estímulos y la transición en su cuerpo eran positivos, pronto su Omega estaría listo para concebir correctamente y mantener sus celos en un estado normal. Su aroma había cambiado por completo, era suave y ligero como a él le gustaba. Sus feromonas se habían vuelto tan exquisitas que deseó con tanta fuerza pasar un celo con él. Acompañarlo, como lo había hecho en su juventud, sentir su piel caliente, besarlo.
—Te verás muy hermoso cuando quedes en estado... Me encantará tanto... —habló y se acercó para olfatear sus rizos, los besó con suavidad, liberando feromonas para tranquilizar el ambiente—. El más bonito de todos.
Susurró perdido en sus pensamientos, como si de repente el centro de su mundo se resumiera en aquella persona, en su hermoso aroma inundando sus pulmones, su ser. El alfa que habitaba en su interior se revolvió gustoso ante el acto, impulsando su mano a acariciar con más ansiedad la piel tersa. Su pecho se infló y tarareó nuevamente una melodía casi silenciosa, la situación se volvía íntima para él, para su corazón amartillado en latidos acelerados y su mirada dilatada.
Un Omega completo, uno capaz de concebir sus hijos. Fue tanta la euforia que creció en su pecho que le costó respirar.
De repente el clima hogareño que se instauró en él se fue opacando por el aroma intruso que se coló en su nariz. El alfa frunció el ceño apenas un segundo cuando la puerta de la habitación se abrió con lentitud y las feromonas suaves a vainilla se adentraron como una ráfaga furiosa de viento.
—Señor Drozhin —escuchó su voz, era suave, delicada y bajita, la voz de todo Omega—. Ya es hora.
—Déjame cinco minutos más con él —murmuró acunando la mano fría de Ezra sobre la suya, realmente se veía hermoso.
—Despertará en poco tiempo, venga por favor no debe arriesgarse —Drozhin se volvió y miró al pequeño Omega a un lado de la puerta. Su mirada gris recorrió el cuerpo curvilíneo, bajito y regordete. Notó el cambio de color en las mejillas del chico y asintió lentamente—. De acuerdo.
Se levantó con lentitud y cubrió el cuerpo del Omega con una manta. Lo miró un segundo más y se dirigió a la puerta, aspiró con fuerza y disimulo la esencia de Ezra antes de cerrarla.
La mirada de Drozhin se perdió unos instantes cuando se encontró en un pasillo vacío, junto al Omega a su lado que lo miraba con gran intensidad.
Fue directo a su habitación, un poco perdido y cansado, dejando que sus dedos desabotonaran la camisa que tenía puesta. Cuando llegó se sentó en una silla frente a su escritorio, prendió la luz y observó las cientos de hojas que tenía, escritas, marcadas con dibujos, fotografías. Su mirada recorrió cada uno, cada cambio que debía ejecutar en el cuerpo de su Omega para hacerlo más real. Cada centímetro de alfa que quedaba en Ezra iba siendo erradicado en esa teoría. En aquellos dibujos.
ESTÁS LEYENDO
EL LLANTO DE ISAK
WerewolfIsak era feo, pensó, era el tipo de alfa que te desgarraba el corazón de una mirada y te ahogaba al segundo siguiente con su aroma putrefacto. Era el tipo de bestia que te obligaría a correr aun si tuvieras los tobillos rotos, ahí, al primer momen...