veinticuatro

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—Engendras... Al hijo de Drozhin —susurró—. Esperas a su niño...

Ezra se quedó congelado, tieso en aquél suelo con la mirada clavada en Isak, ausente, parecía como si todo el temblor de su cuerpo se hubiera reducido a la calma completa, el Omega lo miraba atónito, mientras su respiración se cortaba de golpe, como si la mirada de todos no estuvieran puestas en él. Ezra sintió que el tiempo se volvía tardío, tan lento y lejano para él que la imagen de Baltazar yendo directamente hacia Isak parecía hacer ilusión a una película en cámara lenta. El Omega apretó los puños, su corazón punzando con aquella fuerza descomunal que lo hizo volverse pequeño, temeroso. La mano sobre su vientre se aflojó y sus ojos esmeraldas viajaron al alfa frente a él, que lo miraba de forma serena aún cuando alguien más buscaba sacarlo de ahí.

—¿Qué...? —susurró con la voz quebrada,  Ezra se encogió, temblando, mientras sus mejillas cambiaban precipitadamente a un carmesí puro, el calor que sintió sobre su rostro, las lágrimas que descendieron por aquella piel parecía quemarle. Baltazar se quedó sin habla, negando—. ¿Q-qué?

Baltazar tragó saliva, y habló tan suavemente como si el Omega frente a él se tratase de un niño. El rostro del beta se frunció, cuando las feromonas amargas de aquél empezaron a dominar en la habitación.

—Ezra... Te lo íbamos a decir una vez que te encontraras mejor... Tú debes descansar, es muy peligroso que te alteres, que...

—¿Que me altere dices? —susurró, Ezra se levantó apenas, Finn lo miraba asustado, listo para tomarlo en caso de que se cayera, el rostro del otro omega viajó a Baltazar, sus orbes verdes brillaban en lágrimas, el iris se había tornado rojo, irritado, como si la noticia de estar esperando un niño presentara la peor calamidad de la historia. El rizado rió, apenas una carcajada amarga escapó de sus labios cuando su mano presionó aquél vientre plano—. ¿Cómo... Pretendes que no me altere...? ¡¿Cómo mierda pensaban que me iba a poner al escucharlos?! ¡¿Qué mierda?!

—Ezra... Cálmate —Baltazar se acercó con cuidado, Ezra gritó, desesperado, alterado e irritado. El llanto no lo dejaba respirar con normalidad, no lo dejaba concentrarse en lo que realmente sucedía, su malestar se presentaba de a poco. Los mareos, el dolor de cabeza, los ojos esmeraldas de Ezra empezaron a teñirse de un rojo vivo, las venas sobre su frente, sobre su cuello marcado no hicieron más que presentarse. El aroma insoportable que liberaba hacía que los omegas presentes se ahogaran. Cuando el beta lo tomó del brazo Ezra se zafó de un manotazo, corriendo agitado, tomando de un cajón una fina daga de mango dorado, entre aquellas manos temblorosas.

—¡No me toquen! ¡¡No me toquen!! —gritó a todo pulmón, los ojos de Ezra parecían  estallar de la desesperación, rojos, intensos—. ¡¿En qué momento pensabas decirlo Baltazar, cuando el maldito bastardo dentro mío dejara de molestar?!

—Ezra... Por favor suelta esa daga... —el beta se acercó, Ezra atacó, cortando el aire mientras todos retrocedían, la imagen de Isak se veía lejana, detrás de todos, observándolo en silencio—. Créeme, será peor si actuas así...

—¡Qué mierdas dices, por favor, mírame Baltazar! ¡Mírame! ¡¿Vez todo lo que hizo?! ¡Me violó, me drogó, hizo lo que quiso y no puedo hacer nada!

Baltazar sintió impotencia, su corazón se alteró al escucharlo, al verlo tan pequeño, asustado, y desesperado. Ezra se veía tan demacrado que el mismo beta empezó a alterarse.

—¡Lo arreglaremos, por favor Ezra, baja esa daga! —alzó la voz, y el Omega negó con rapidez, su mirada viajó a todas partes, eufórico, sus ojos rojos destellaban, cambiando de tonalidad, la ira y la tristeza que le inundaban estaban jugando con su corazón.

EL LLANTO DE ISAKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora