Capítulo 20._ La fiesta

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Sebastián:

La cara de su hermano mayor era un poema difícil de entender, su expresión facial vacilaba entre la amargura y emoción. Una emoción muy baja. Para que el jactansioso de Eduardo yaciera así, sin duda su padre debió decirle algo sumamente delicado.

¿Pero que cosa?, su papa jamás ostigaria a su primogénito con problemas o arribaria a infligirle un castigo ejemplar, eso lo sabía... entonces porque esa faceta.

No eran cosas que deberían importarle, y no le interesaba. Pero era su curiosidad por saber, descubrir el origen de su estado catatonico, raramente mostraba desilusión.

Camino un poco por los jardines dubitativo en miles de ideas, absorbido en su mente no presto cuidado a su entorno cayendo y manchando sus vestes. Levantó molesto retirando la tierra de su ya manchado saco, molesto corrió a su aposento.

De regreso a su cuarto casi resbaló de las escaleras por un profundo grito que retumbo en el lugar, a medida que acercaba al origen de los gritos distinguía mejor los quejidos.

-Tu, esclava inutil.-

Escuchó nuevamente gritar a la odiosa mujer.

-Perdone señora.-

Miro la escena escondiéndose desde el marco de la puerta encontrando a una de las esclavas postrada al suelo quien con orbes entrecerradas aplastaba el lobulo izquierdo de su frente, rodeada por las demás mientras que Gomara aplastaba un cucharon de gruesa madera en su palma derecha muy molesta.

-Te dije, te dije que tuvieras cuidado con esos panellets, ¿Sabes cuanto me costó cocinarlas?, ya no queda tiempo y la celebración es en unas horas, negra inutil.-

Bramo de nuevo estrellando el cucharon contra su cabeza provocando que salpicara rojo sangre de la maltratada muchacha manchando el piso y las caras pálidas de las alli reunidas quines tiritantes asistían en silencio y gritos callados.

-Lo siento, me perdone, me perdone.-

Gemia la chica cada vez menos fuerte, uniendo sus manos en rezo a la vez que sangre bajaba de su sien, la mujer en una perversa mirada que lo decía todo, no pensaba mínimamente dar algo de indulgencia a la esclava.

La mano de la mujer elevo ante su oscuro rostro. Sebastián no entendió si era el cucharon de palo a romperse o el cráneo de la ya mártir muchacha ha hacerse pedazos, cuanta fuerza tenia esa mujer para infligir tal daño.

No lo toleraria, dio un paso adelante intentando intervenir, pero...su cuerpo fue apresado y encontró encerrado en los brazos de su hermano quién aplastandolo contra el no tenía intención de soltarlo.

-¿Que haces?-

Interrogó serpenteando su ser en un desespero de soltarse.

-Si ellos no entienden con la fuerza cual es su lugar, si no entienden del castigo ejemplar, con nada aprenderán y entonces se revelaran.-

-Aquí no estamos hablando de un animal, estamos hablando de otro ser humano.-

Balbuceo el castaño no pudiendo dejar de ver la atroz imagen ante el, ¿Como podía Eduardo no sentir lastima?

Sus orbes verdes centraban en el escarlata cada vez más abundante en el pavimento, en la agonía o por la fuerza de la mujer el cuerpo de la esclava agitaba. Podía ya estar muerta pero Gomara seguía en su sube y baja asesino.

-¡Ella esta muerta!-

Dijo Sebastián perdiendo la poca fuerza, sus emociones eran un huracán. No sabía si sentir lástima, dolor, odio o furia.

CASTAS (NOVELA HISTÓRICA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora