Capítulo 24._ Mí sentir

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Eduardo :

-Y esta hermosa muchacha que aprecian tus ojos, es la mayor de mis  hermosas hijas, Teresa.-

Presentó el delgado hombre, Darío Velásquez, a la primogénita de sus hijos, una chica de 19 años. Para Eduardo toda esa familia era anormal, ninguna de las tres hijas del hombre le parecio por lejos simpática.

Su hermano Sebastián no mentía cuando dijo tales palabras, las tres mujeres se lo comian con la mirada, el por su lado sentía repulsión por las muchachas.

Los Velásquez poseían cinco hijos, tres mujeres y dos varones. En contraste con las hijas del hombre, sus hijos varones eran enclenques.

Bajos de estatura y delgados, no le importaba lo ricos que fueran, de ninguna forma se casaría con alguna de esas mujeres.

-Y usted no posee...no posee alguna otra adorable hija.-

Inquirió el de ojos azules mostrando una postura muy masculina que hizo jadear a las presentes.

-Oh no chavalin, cinco hijos son suficientes para mi. Sin embargo no tengo problemas si mis hijas llenan está casa con sus nietos, y más si tu eres el padre.-

Estuvo cerca de soltar una sonora carcajada o devolver su desayuno, en su sano juicio no yaceria con ninguna de esas mujeres. Sus cuerpos amorfos y regordetes convertían en pesada su saliva.

-Por cierto Don Ruben ¿Usted no posee otro hijo?-

Interrogó la esposa de Dario, una dama de negros cabellos, igual de alta que Helena, pero de físico menos curvado que la rubia.

-Nuestro hijo Sebastián se sentía mal ¿Quedo en casa descansando?-

-¡¿En Navidad?!-

Solto Manuel, el hijo menor de los Velásquez muy curioso.

-Mi pobre Sebastián.-

Solto la rubia a punto de llorar, sus lágrimas jamás emergieron pues su marido le torcio la mirada.

-Ya lo conoceréis en otra ocasión, hoy estamos aquí reunidos para conocernos y celebrar el nacimiento de Cristo.

Estamos muy agradecidos por este invitó, me encantaría conoceros a fondo y si es posible compartir intereses.-

Desvío el tema Rubén, Darío asintió, acto seguido los invito a probar unos extraños dulces que ofreció una esclava muy decaída.

Ojeras marcadas, demasiado delgada y palida. Pero la cosa que más llamo la atención de los Castellanos era el ver que carecía de la oreja derecha y parte de sus dedos.

Tremando estiró el contenedor a los invitados, Rubén rechazó asqueado. Helena aferró uno pero no lo comio, Eduardo dubitativo miro a sus padres y luego a los Velásquez, solo para rechazar y ocultar su desagrado.

-¿Y cuénteme señor Rubén, he escuchado que su estirpe familiar es tan antigua como nuestra peninsula misma?-

El susodicho inflo con orgullo su pecho, cuando se trataba de su linaje su ego no tenía limites.

-Exáctamente Velásquez, mi padre y su padre, y antes de ellos vienen de los más antiguos y pura estirpe hispanica...

-¿Es verdad que su hijo porta el crimen de la tierra?-

Interrogó improvisamente la mujer callando al hombre y dejándolo de la nada en vergüenza por sus anteriores palabras.

Como era de esperarse, Rubén expuso su cara inescrutable ante la interrogante, aquella faceta suya que lo complementaba y hacía que la gente solo lo saludara por respeto.

CASTAS (NOVELA HISTÓRICA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora