XI

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CAPÍTULO 11:

"Bed Stuy, 0:00 p.m."

Wabes.



Kalipso.

Mi mente está en blanco, estamos aquí, en medio de estas páginas en blanco, iguales a mis propósitos justo ahora, justo ahora que me siento desaparecer ligeramente en el aire estancado de ésta oficina.

Ahora que sus gélidos labios rodean los míos y siento un escalofrío incomparable.

No sé si yo quería esto.

Y ahora estoy aquí, adueñada de sus fríos labios los cuales, parecen estar tan necesitados de calor que no sé si podré aguantarlo. Cada célula de mi cuerpo, cada poro de mi piel sienten la manera acelerada e intensa en la cual mi corazón bombea mi sangre.

Mi mundo, mis creencias y todas mis murallas se derrumban. Caen a sus pies sin que yo pueda hacer absolutamente nada al respecto.

Mis pensamientos revolucionan con suspicacia, de pronto, siento que, la manera de ver a los hombres... mi manera de ver a los hombres me ha sido arrebatada, y él se ha encargado de resucitar mis seguridades.

Su aliento es whisky puro, y parece que voy a desmayarme ahora mismo. Sin embargo, puedo rozar su cuello con las yemas de mis dedos al mismo tiempo que trato de seguirle el ritmo a sus labios, a su atrevida y glacial lengua que ya se ha colado en mi boca hasta que podemos llegar a la sincronía perfecta.

Suelta mis cabellos para abrazar mi cintura y apegarme a su cuerpo.

Siento mi pecho quemar, cómo un presentimiento fatal. Sin embargo, no hago esfuerzo alguno por alejarnos. Sé, a pesar de todo que, éste beso será mi ruina, sé que la llama que se ha prendido en mi pecho, me arruinará en un futuro, y sé también, que mi vida ahora pende de un hilo gracias a él, a su tóxico veneno que amenazaba desde un principio en adentrarse en mí, y así está pasando. Aun así, no hago nada para poner distancia.

Me siento incapaz... incapaz de separarme, incapaz de dejarlo ahora, incapaz de traicionarle.

Sus labios, suaves y mullidos, envuelven los míos cómo nunca nadie lo había hecho. Sus dientes apresan mi labio inferior y siento una pequeña punzada en él. Luego de esto, un sabor metalizado se desliza por mi lengua y por último, absorbe sutilmente mi labio lastimado, para soltarlo lentamente.

Nos separamos. No digo una sola palabra, en cambio, sólo lo observo, observo su rostro y cómo se ha tornado, sé que debo estar loca, pero por alguna estúpida razón no me da miedo, él no me atemoriza. Aun así no puedo olvidar que hay dos cadáveres yaciendo en nuestros pies, y uno de ellos es Otón.

-¿No dirás nada?- su vista está fija en mí. Está serio, puedo notarlo a través de la tinta que cubre su rostro.

Se refiere a lo que veo en estos momentos. Pero simplemente, no encuentro las palabras exactas, no encuentro la manera de hacer algún comentario hacia él, ya que temo, arruinar la escaza comunicación que tenemos.

-Yo no... sé que decir- digo finalmente.

Sigue observándome, sus ojos son voraces, profundos y penetrantes, tanto que, debo agachar la mirada y observar mis pies descalzos y casi tambaleantes.

-¿Sabes que debo matarte, verdad?- suelta de la nada.

Mis sentidos automáticamente están en alerta.

¿Qué ha dicho?

Matarme.

¿Por qué habría de matarme?

EL DIABLO IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora