CAPÍTULO 26
"Bed Stuy, 14:58 p.m."
El Gato Negro. Casino
Kalipso.
Estúpida.
Me siento la más estúpida.
Permanezco en el suelo con la vista al cielo, recostada, tal y cómo caí hace unos segundos.
¿Por qué tuve la gran idea de subirme a ese árbol?
― ¿En qué carajos estabas pensando, morena? ―su cara confundida y enojada aparece en mi campo de visión mientras yo sólo lo observo con arrepentimiento.
No contesto, sólo bajo la mirada.
Toma asiento a mi lado, en el césped. En cuanto trato de hacer lo mismo, quemo mi mano derecha con la colilla del cigarrillo que el Diablo estaba fumando antes.
― ¡Auch! ― quito mi mano en un microsegundo, pero es tarde ya que en la palma de mi mano, está un pequeño pero profundo hoyo, la piel alrededor de éste parece ser de chicle.
― ¿Qué pasó?
― Nada―enseguida, oculto mi mano detrás de mi espalda.
― Cómo quieras― pone los ojos en blanco.
Sólo puedo imaginar el momento en que él insista para que le diga lo que me atormenta, pero eso no pasará jamás.
Un silencio incómodo toma lugar entre los dos, y es que, yo puedo hablar cómo un loro. Pero cuando estoy con él, los nervios me juegan sucio.
― ¿Y... qué hiciste hoy? ― pregunta burlón, cómo si hoy hubiese sido un buen día para mí.
― Pues ser la damisela y el héroe al mismo tiempo― miro la agujeta de mi zapato aún suelta y la maldigo.
― ¿Qué hacías en el árbol, Monserrat? ¿Estabas espiándome?
Arrugo mi nariz y curvo mis cejas.
Juro que éste hombre me hace enojar tanto.
― ¡Claro que no! ― me pongo de pies de golpe ― Estaba escondiéndome de Hudson cuando llegaron tú y Gabriel, por cierto ¿Por qué Gabriel ha estado espiándome? Tú se lo ordenaste ¿Verdad? ―mi dedo lo señala sin contemplación alguna.
― ¿Quién te lo dijo? ― levanta una ceja.
― ¡Eres un histérico!
Entonces se pone de pies y camina hasta mí.
― ¿Por qué nunca dejas de insultarme?
― Todo lo que digo sobre ti, es verdad― me defiendo moviendo mis manos en el aire, pero él aprovecha esto para tomar una de mis extremidades y observar la quemadura de hace unos segundos minuciosamente.
― Mira lo que te has hecho, bomboncito necio― me mira enojado y trato de quitar mi mano, pero él se percata de otra cosa ―. ¿Qué es esto? ― señala la marca en mi muñeca.
Lo miro fijamente.
Quiero dejarlo así, no quiero hablar de lo que me hace cada vez que está cerca de mí, porque cuando se me acerca, de cualquier manera salgo herida.
― Es la marca de tu mano― acorto.
Su expresión se entristece, pero no dice nada, sólo observa el par de heridas que cargo.
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EL DIABLO II
RomanceTengo los demonios que buscas. Malo por nacimiento, cabrón por elección.