CAPÍTULO 32
"Bed Stuy, 3:45 p.m."
El Diablo.
Ver sus ojos inyectados en sangre y sus labios hinchados por los golpes me hicieron querer aniquilar a éste mundo.
"¿Me querrás aun cuando no sea joven y hermosa?"
Las palabras que pronunció hace tan solo unos días llegan a mi mente de manera fugaz mientras lo único que pude ver en la capilla, a través de sus ojos, era vejez. Está tan cansada aunque es tan joven.
Y no, no puedo.
No dejaré de desearla aun cuando sea una anciana, aun cuando su belleza se haya ido, aun cuando la haya visto tan golpeada y desahuciada.
Y ahora, ahora hago lo único que considero coherente en éste maldito momento.
― ¿No hay estrategia? ―pregunta Gabriel.
― Nunca he tenido una estrategia― contesto dejándolo atrás.
Coloco la capucha de mi sudadera sobre mi cabeza, y mis manos en los bolsillos frontales de ésta mientras camino en dirección a la barra. Sintiendo en cada paso, el peso del arma que cargo en mis pantalones. Mis pies se guían por si solos hacia el hombre que se desvanece en licores en el pequeño banco giratorio.
Puedo escuchar su corazón bombeando, es lento y se encoge cada dos latidos. Hasta parece que le pesa volver a palpitar una vez más.
Pongo la mano sobre el mármol de la barra y la deslizo por el filo de ésta, hasta llegar a lado del hombre, quien ve a la nada. Su cabello está húmedo y sus ojos permanecen entre cerrados gracias a lo ebrio que está.
― ¿Puedo invitarlo a un trago de Bourbon? ―centro mi atención en sus ojos marrones cansados y él gira su rostro lentamente hacia mí.
Su mirada divaga sobre mi presencia, se disputa el pensar en sí, soy real o si soy un sueño de los muchos que ha tenido.
No dice nada. Le pide una botella más al bar-man y tomo asiento a su lado.
― Ella te llevará a la ruina―habla por fin.
Dejo escapar un bufido sin gracia.
― Es tarde para eso. Porque quien la tiene en la ruina soy yo― el bar-man me ofrece una copa de parte de Chloé y la bebo sin dudar.
Hay silencio nuevamente. Tan sólo unos segundos que se hacen minutos, que me agotan y alborotan la adrenalina que recorre mis manos, mi garganta y esa misma adrenalina, es la responsable de hacerme perder toda la piedad que algún día pude tener.
Y todo pasa rápido.
Hudson se pone de pies casi tambaleante y tira la botella al suelo junto con todo lo que se encontraba sobre la barra, luego saca su arma y me apunta a las sienes. Esto, ni siquiera lo veo directamente, mi vista es para Banet, quien bailaba en el tubo frente a los hombres del Calipso hasta que a Hudson se le alborotaron las hormonas.
Ahora, ella corre hacia los camerinos al igual que las otras chicas y los demás permanecen en silencio, observándonos.
Entonces lo miro, y luego miro la boca del arma con la cual me apunta. Permanezco sentado y bebo otro bocado del trago en mi mano.
― Hazlo― sonrío.
A Hudson le tiemblan las manos.
Él carga el cañón y yo río.
― ¡AH!―lo escucho gritar. Se tira al suelo siendo presa de un balazo por parte de Gabriel, quien se mantiene en la entrada.
Le he dicho, que sería yo, quien le quite la puta vida al infeliz.
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EL DIABLO II
RomanceTengo los demonios que buscas. Malo por nacimiento, cabrón por elección.