XV

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CAPÍTULO 15:

"Bed Stuy, 22:09 p.m."

El Gato negro, Casino.



El Diablo.

Me río.

Se sonroja.

He estado rondando su esencia con unas copas encima desde que llegué.

En el fondo sabe que la sentaré en mis piernas cómo a la religión, mi religión.

Abriré sus piernas cómo abriría a la biblia para ultrajar sus palabras, su corteza, su núcleo. Mis manos harán que ella caiga cada vez que yo quiera y sus ojos me mirarán de la misma forma que lo hacen ahora por el resto de su vida.

Pero para eso estoy hecho, para mujeres, sexo y vicios.

Cada vez que su cabello se mueve desprende un maldito olor similar a la vainilla que me hace querer tomar cada parte de ella hasta que no quede nada.

Las yemas de sus dedos acarician mi mandíbula y mis manos rozan su pequeña cintura.

Sé que ella no es un ángel, sé que esconde un par de cuernos que me atraen demasiado.

Desabrocho su vestido y lo deslizo por debajo de sus pechos mientras aprisiono sus labios. Mis ojos se pierden en el brasier de color blanco que oculta lo que quiero tener entre mis manos, no es mi color favorito, pero supongo que lo pasaré por alto.

Juego con mi lengua en su cuello, absorbiendo y soltando la piel de su clavícula.

-Véndeme tu alma- susurro – Prometo que todo irá bien, Bombón.

Presiono su trasero contra mi cuerpo y clavo mis dedos en él.

En sus ojos veo el deseo, y en lo míos, pues ya lo saben.

-Es tuya desde el momento en que te vi.

Sonrío.

Toma los filos de mi chaqueta deshaciéndose de ella.

De la nada, empuja mi cuerpo haciendo que mis pasos vayan hacia atrás y me concentro en su reflejo de lado en el espejo, su culo se mueve tan bien mientras camina decidida hacia mí.

Choco con la puerta, pero ésta no se abre gracias al seguro que pasé segundos antes. Mis ojos se funden en los suyos y una vez frente a mí, sus delgados dedos aprietan el cuello de mi camisa del mismo color que sus bragas y luego tira de la tela haciendo salpicar fuera de nuestro espacio cada uno de los botones de prenda.

-Mierda...- alcanzo a decir hasta que se cuelga de mis labios.

Mi lengua acaricia la suya y se alejan en el mismo ritmo, involuntariamente mis manos tienen apresado a su cuerpo contra el mío, inconscientemente, quiero meterme en el flujo sanguíneo que hace palpitar sus venas y su corazón de manera irregular.

-Te hubiese inhalado cómo a polvo desde que te vi, Monserrat- hablo en medio del jodido beso.

-Hazlo ahora, inhálame, húndeme, trágame.

Impulso su cuerpo haciendo que enrolle sus piernas en mis caderas y camino para sentar sus muslos con fuerza en la cerámica de los lavamanos a la par que sus manos enrollan mi cabello y a la vez, lo sueltan.

Absorbo la piel de su cuello sin preocuparme de: si dejar o no marcas en ella, de cualquier manera, de seguro ya tiene marcados mis dedos en su trasero y mis ojos en su mente.

EL DIABLO IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora