XLVI

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CAPÍTULO 46

"Bed Stuy, 04:35 p.m."

Conjuntos residenciales.



















El Diablo.











Respiro.

Analizo todo, pienso, armo el rompecabezas en mi mente.

Y sobre todo, me preparo para las consecuencias.

Abro la caja fuerte en mi habitación a la velocidad de la luz, y de ella, extraigo la carta verdadera. Observo a los lados y finalmente, opto por introducirla en mi chaqueta, dejando en la caja fuerte, a la carta falsa, la que tiene tan solo el sobre verdadero.

―¡Están aquí! ―Gabriel irrumpe en mi habitación.

―Protejan mi casa ―murmuro. El sol ha caído ya, y mi residencia se encuentra a oscuras.

Él asiente, yo extraigo los fajos de billetes de la caja fuerte y los hundo en los bolsillos de mis pantalones.

Gabriel me acompaña hasta el patio trasero de la casa, donde mi auto espera por mí y me sumerjo en él.

―Honraré mi trabajo, señor ―Gabriel se mantiene firme, su rostro es neutro.

―Trata de honrar el plan, no quiero fallas ―enciendo el motor.

―No las habrá.

―Bien.

Pongo en marcha el auto, sacándolo del garaje trasero y finalmente, acelero dejando el conjunto residencial atrás. Conduzco por la ciudad, por las calles vacías a la media noche.

Observo mi reflejo cansado en el espejo retrovisor. Tal vez estoy tan acabado como Monserrat, mis cabellos despeinados me dan un aspecto penoso, soy una obra de arte, pero a veces hasta las obras de arte ocultan oscuras historias.

El plan a ejecutar es sencillo. No hay lugar a equivocaciones.

Me detengo en un semáforo y tecleo un par de cosas en mi móvil. A mi derecha, hay una gasolinera con luces neones. Ni una sola alma vaga por estos lares del Bed Stuy. Cuando el semáforo se tiñe de verde, curvo hacia el establecimiento donde un auto antiguo, una carcacha más bien, se encuentra estacionada ya. De ella sale la morena, lleva puesto el suéter del niño rosa.

―Sube ―freno mi auto a su lado y ella hace lo que digo. Una vez que está dentro, conduzco hacia la carretera desértica que me guiará a una pista de aterrizaje clandestina, hecha para los poderosos del Bed Stuy.

Nadie dice nada. Mi atención está plena en el camino y la de Monserrat... no tengo idea en lo que está pensando.

―Te amo... ―susurra en un hilo de voz. Como si fuese la última vez que lo dice.

No respondo.

No hago nada. Solo conduzco y aferro mis manos al volante. Ella parece notar mi indiferencia ya que gira su rostro hacia el cristal.

―Eres especial, Monserrat, y lo sabes ―no quito mis ojos de la carretera.

―No es lo mismo ―baja la mirada, lo noto por el rabillo de mi ojo.

―¿Piensas que has perdido el tiempo conmigo? ―le doy una mirada fugaz.

―No. Pienso que he perdido más que eso ―suspira de manera frustrada ―. Sólo quiero que por una vez me digas algo real.

Lo pienso por unos segundos.

―Estoy un poco asustado, ahora mismo, bombón.

―También yo ―acaricia su vientre ―. También yo...

EL DIABLO IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora