XLVIII

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CAPÍTULO 48:

"Bed Stuy, 11:55 p.m."

Wabes.





El Diablo.



―¡Bombón! ―grito, girando en la esquina del pasillo para encontrarme con absolutamente nada. Nada.

Los guardias de seguridad en la salida me miran intrigados.

―¿Todo bien, señor? ―la gruesa voz de uno se dirige a mí y yo tan solo asiento confundido.

―Una... mujer, cabello negro, igual a Kalipso. ¿Salió? ―señalo la puerta, pero ambos niegan con los brazos cruzados.

―Nadie, jefe.

Asiento nuevamente, pasando la mano por mi cabello.

Carajo.

Subo sin poner atención a nada hasta mi oficina, y cierro de un portazo, arrimando mi espalda a la puerta y frotando mi rostro con mis manos.





(😈)



Lluvia.

Hace dos meses que no ha parado de llover.

Hace dos meses que no la veo.

Hace dos meses que estoy atado de manos.

Y que no dejo de imaginarla, de delirar con ella.

Después de tanto tiempo, por fin, Loyality cars está en la cima. Y yo, yo estoy en el abismo.

Parecía principios de Abril, aquellas fechas en las que suele tronar el cielo cada dos por tres. Pero a principios de Noviembre, es un tanto agotador ver lluvia cada día. A veces, los rayos del sol tan siquiera llegan al Bed Stuy.

―Esperen aquí, por favor ―nos pide una de las monjas que cuida a los enfermos mentales del sanatorio "San Jorge".

―Claro, hermana ―asiente Francis, oliendo las margaritas que aprieta con sus manos.

Poso mis ojos en cada detalle de éste escenario. Los árboles son grandes, frondosos, con hojas tan verdes que combinan con las piletas de agua. Empuño el paraguas que nos cubre al rubio y a mí de la torrentosa lluvia mientras regreso mi vista a mi camioneta aparcada tras el portón inmenso con barrotes de metal.

Esto parece una jodida cárcel.

―¿Crees que le gusten? ―el niño rosa se acurruca en sus tres suéteres de lana y yo levanto los hombros.

Una mujer está sentada en una de las banquetas del patio, en medio de la lluvia, viste de un celeste liviano, y la forma en la que me mira me hace pensar en cada vez que yo observaba así a la morena. He evitado pensar en ella los meses sin verla, pero ahora que estoy aquí, solo pienso en ese día.

Después de perder al niño, ella perdió la conexión con la realidad, se quedó estancada en ese momento. En el hecho de no ser nada más que trizas regadas en el infinito de su pensamiento. No he querido verla desde entonces. Ha sido Francis quien se ha encargado de los doctores, de los diagnósticos, de las crisis depresivas del bombón y sobre todo, de sus muchos intentos de suicidio. Hasta que la trajeron aquí. No porque esté loca, o sea una desquiciada, pero tal vez el hecho de que ella esté aquí, sea tan solo mi desesperada idea de no dejarla ir, de retenerla.

EL DIABLO IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora