XXVIII

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CAPÍTULO 28

"Bed Stuy, 23:09 p.m."
El Gato Negro. Casino



El Diablo.



Observo la langosta que está en mi plato, pero de alguna extraña manera siento que la langosta me observa a mí, y enarco mis cejas con la vista fija en mi comida. Levanto con mi mano una de sus tenazas, analizando por dónde comenzar.

― Señor...

Me sobresalto en mi puesto y suelto la tenaza de golpe llamando la atención de todos los comensales.

Es Gabriel. A mi lado.

― ¿Qué?

― Ya todo está listo, la carrera iniciará en los suburbios y tendrá su fin en el puente de la carretera desértica.

― Bien― tenso la mandíbula, ese maldito puente me trae odiosos recuerdos.

El principal... Owen.

Cruzo unas cuantas palabras más con Gabriel para que se encargue de los últimos detalles con respecto a mi auto y el trayecto que habrá.

Todos dialogan y ríen entre sí, degustando los platillos.

El mequetrefe de Enrique llega a mi lado y toma asiento. Me dedica una sonrisa y yo le dedico una muy fingida de vuelta. En eso, entra Hudson al comedor junto a Monserrat de su brazo, ella ha cambiado de vestido a uno negro y sigo sin poder disimular mi mirada sobre su existencia.

El vejete parece molesto, pero lo disimula muy bien, sonriendo y brindando con los socios. Aparta una de las sillas, la cual se encuentra justo en frente de mí y se la cede a Bombón, y yo sonrío de lado.

Ella ni siquiera me mira y lo agradezco, porque si lo hiciera ya me la hubiese llevado a cualquier lugar lejos de éstos idiotas con traje.

Hudson toma asiento a su lado y me dedica una sonrisa para luego decirle a Enriquito que le pase una de las ensaladas. Por su parte, Monserrat observa extrañada a la langosta que descansa en su plato y no puedo evitar rozar su pierna con mi pie por debajo de la mesa. Su vista se centra en mí de inmediato y le guiño un ojo mientras el viejo está distraído conversando con Enrique.

― No quiero comer esto― dice sin emitir sonido. Por lo que leo sus labios y sonrío negando.

Asiento, comprendiendo, yo tampoco me pasaré bocado de ésta comida. Mis sospechas son muy rígidas en cuanto a cualquier amabilidad del dueño del casino.

Finjo beber un poco de agua mientras acaricio las piernas de Monserrat con mi cola. Hago a un lado su vestido, acariciando sus muslos suavemente, subiendo y bajando. Por encima de la mesa, ella aprieta el tenedor con devoción y trata de desviar la vista a cualquier punto que no sean mis ojos ansiosos.

Sus piernas son cálidas, pero entre ellas, el punto de calidez está al extremo.

Cómo el arrugado de Hudson nos descubra, todo se va a la mierda.

Voy lejos, y hago a un lado las bragas de la morena acariciándola mientras disfruto de sus muecas.

― Y... Diablo ¿Con qué auto competirás?

Expongo mi atención a Enrique quien ha formulado la pregunta y las miradas de todos se centran en mí, sin embargo, mi acción debajo de la mesa continúa.

EL DIABLO IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora