XLII

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CAPÍTULO 42:

"Bed Stuy, 03:45 p.m."




Kalipso


El ruido de la música consume a todos aquí. He visto niños desde los 14 años hasta hombres viejos casi sin consciencia propia.

Éste es el infierno.

Las chicas bailan en el tubo en frente de muchos, y cada esquina de éste lugar me recuerda que no es el Wabes, estos son los suburbios, cualquiera puede entrar aquí con tal de que pague por un servicio.

Traigo estúpidas orejitas de coneja, un vestido corto que trae una colita de algodón por detrás y una bandeja con los bocaditos más asquerosos que he visto en mi vida, cada bocado trae un coctel de ingredientes innombrables.

― ¡Kalipso! ―Domingo, el gordo a cargo del burdel en el que estoy hace ya dos semanas mueve su mano desde la barra, llamándome.

Camino con mala gana hacia él entre silbidos e insinuaciones horribles por parte de los clientes y debo decir que me siento una completa basura.

―¿Qué? ―pongo de golpe la charola sobre la barra y observo a Domingo con desprecio.

―Los clientes me han dicho que pareces algo desganada, si sigues así tus multas subirán, hermosa ―juega con sus ridículas gafas, pero vamos, quien se pone gafas en la noche y más en un club.

―Tengo un sueldo de mierda gracias a tus multas.

Me he ganado muchas multas por no querer ceder, por no querer bailar.

―Pues con eso ya estás debiendo $56 000.

Subo mis hombros, la verdad no me interesa, no me interesa nada ahora. Ni siquiera puedo estar sola por un segundo. Los días son monótonos, entro a las 7 de la noche al supuesto club y salgo alrededor de las 5 o 6 de la mañana hacia un hotel de mala muerte en la siguiente esquina después de haber sido golpeada o humillada por rehusarme a "trabajar". Aquí hay niñas desde los 17 años hasta mujeres de 35, y todas somos puestas en una gran habitación con algunas camas durante el día.

―Salen, 2 cocteles más ―el hombre del bar coloca las copas en mi bandeja, yo la tomo y me alejo lo más que puedo de Domingo.

―¡Pues culpa al Diablo por venderte aquí! ―grita Domingo entre la música, riendo, como si lo que ha dicho fuese lo más gracioso del mundo.

Camino hasta una de las mesas, donde se encuentran un par de hombres que al parecer son familia y a uno de ellos lo ha engañado su mujer, lo sé porque los lloriqueos del hombre traicionado sobrepasan el ruido de la música.

―Dos cocteles ―el pedido es puesto sobre la mesa, y Banet, quien se encuentra con los dos hombres me da un billete. Usualmente hacemos apuestas cada vez que un hombre llega, y yo aposté porque uno de los dos había sido engañado, en cambio Banet apostó por que eran ellos quienes venían a engañar a sus esposas.

Guardo el billete entre mis senos y sigo mi camino. Hay muchos hombres que han llegado por una noche conmigo, sin embargo yo sólo he aceptado repartir tragos y sentarme con uno que otro cliente.

Llego a la siguiente mesa y sirvo el coctel correspondiente.

―Preferiría compañía en lugar de un coctel, Monroe ―me quedo pasmada. Levanto la vista y me encuentro con Giorgio, él viste de traje y también me mira ―. Te encontré, bombón.

EL DIABLO IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora