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CAPÍTULO 50:

"Bed Stuy, 4:17 a.m."

Wabes.






El Diablo.




Camino decidido, con el móvil vibrando entre mis dedos, por medio del pasillo del Wabes, haciendo temblar el suelo con cada maldita pisada que doy.

Maldita, maldita sea.

Los putos problemas en éste lugar no tienen fin.

―¡¿En dónde mierda está?! ―señalo al rubio que yace arrinconado en el final del pasadizo, con los ojos cristalizados e hinchados. Mi dedo no duda en juzgarlo, en carcomerlo, en indicarlo como el único culpable de truncar mis planes.

Él, quita sus agitados dedos de sus labios, y levanta su vista hasta que se topa con la mía, pero la baja de inmediato. Casi sollozando del miedo, de la debilidad que emana con solo acatar mi presencia.

―N...no lo sé ―recita en un susurro casi inaudible.

Paso de largo, de la habitación de Monserrat, para ir hacia él y tomar el cuello de su bata de baño entre mis puños hasta que éstos se tornan blancos gracias a la presión.

―¡Se supone que tú la cuidabas! ―sacudo su flacuchento cuerpo en el aire, sin darme cuenta de cuando lo he separado del suelo.

―¡Lo sé! ―apoya sus manos sobre las mías y aprieta como si buscara consuelo ―. Yo... no sé... ―se rebate en lágrimas, en sollozos tan fuertes que debe tapar su boca para no hacer tanto ruido con ellos.

―¡¿No sabes?! ―llevo su cuerpo hacia la pared y allí lo estrello. Las manos de las chicas quienes presencian todo, no se hacen esperar.

―¡No! Suéltalo ―tratan de separarme de él, y yo, en un suspiro, cedo, lo suelto, despacio, tratando de tranquilizarme y controlarme.

Paso mis manos por mi cabello, una y otra vez.

―Se la llevaron, sólo sabemos eso ―habla una de las mujeres, extendiendo, un pequeño sobre hacia mí ―. Esto estaba en su cama.

Tomo el sobre entre mis manos, guardando el teléfono que solo hace que mi cabeza quiera explotar.

"Muerte a las perras del Bed Stuy"

La letra del comunicado es descuidada, el papel está manchado de lo que sospecho es sudor.

Gasto unos segundos en la habitación de la morena, donde analizo todo lo que mi mente puede, sin embargo, el turbio momento, no me deja ver nada sospechoso, nada, tan siquiera cosas rotas indicando forcejeo.

¿Quién se la llevó?

Francis aún llora mientras corre de un lado a otro tratando de inspeccionar el lugar, pero él mejor que nadie sabe que, no hay pistas, no hay una mierda.

Finalmente, saco mi móvil, dando pasos hasta mi oficina y allí me encierro.

―Tenemos un problema ―contesto el teléfono al fin, pasando el cerrojo en la puerta.

EL DIABLO IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora