XXXVI

1.8K 183 50
                                    

CAPÍTULO 36

"Bed Stuy, 22:09 p.m."

Wabes.



El Diablo


La ira recorre mis obsoletas venas cómo algo que ni siquiera siento, estoy apagado y encendido a la vez, no puedo receptar nada más que no sea... la maldita ira.

― Listo― Gabriel termina de atar los brazos de Adria a la columna de las bodegas, ella me mira desconcertada mientras llora y clama por piedad, una piedad que no reina en mí.

― Lárgate― rebusco entre las cajas de baratijas, hasta que encuentro un bate de béisbol ―. Quiero que traigas a Monserrat― ordeno por último.

Gabriel sólo me mira confundido y finalmente asiente.

Miro a Adria, y me acerco lentamente.

― Me has decepcionado tanto... tanto― comienzo a acariciar sus piernas con el bate, mientras niego, mientras las venas en mis brazos se marcan.

― Por favor...― suplica.

― Ya, ya― tomo su mandíbula suavemente, y luego acerco mis labios a los suyos, deposito un largo beso en su boca, bajo a su cuello, y por último, le susurro al oído ―. ¿Me tienes miedo, roja?

Ella tiembla bajo mis manos y asiente dejando que sus lágrimas se escapen de a poco.

Sus dientes chocan debido a su debilidad y aprovecho esto para besarla lenta y tortuosamente, me separo al mismo tiempo que aprieto mi agarre en su quijada y le sonrío, dejando que mis manos se vuelvan hueso, dejando que las venas y arterias de mis extremidades sucumban en los tejidos, dejando que mis espinosos huesos se claven en la piel de ella, acariciando sus gritos y lloriqueos, junto con sus pataleos.

― ¿Te gustó engañarme? ¡¿EH?! ―suelto mi agarre de golpe y estampo el bate en sus piernas.

― ¡Ah! ― grita del dolor, mientras la sangre resbala desde su quijada hasta su escote y yo la observo, observo cada gota que entra en medio de sus senos.

― ¡¿Dónde está la puta carta?! ― vuelvo a apalear sus muslos, provocando que la piel de éstos se sacuda.

― ¡Ah! ―estalla en llanto ― ¡Yo no la tengo!

Coloco el bate por detrás de mis hombros y camino de un lado a otro.

Entonces escucho pasos, regreso mi vista, para ver a Monserrat junto a Gabriel, ella llega a mi lado y se lleva las manos a la boca al ver a la pelirroja bañada en sangre.

― ¡¿Qué carajos le hiciste?! ― me cuestiona a todo pulmón.

― ¡Cállate! ¡Cállate la maldita boca, Monserrat! ― atrapo su quijada y me valgo de esto para empujarla hasta que cae al suelo ―. Detenla― le ordeno a Gabriel, y él lo hace, toma a la morena de los brazos mientras ella permanece de rodillas.

― ¡Hudson la tiene, se la di a él! ¡Lo juro! ¡Lo juro! ― Adria patalea y se mueve cómo un jodido gusano.

Suelto dos carcajadas mientras miro el techo ― Vete a la mierda, roja.

― ¡No la tengo, te lo juro! ― balbucea lloriqueando.

― Ahora― finjo pensar un poco ― Las dos me han... ¿Cómo se dice? Defraudado, eso― observo los ojos azules de Monserrat ―. Ven y detenme, bombón― enfatizo muy bien la última palabra antes de tomar el bate y rebatirlo contra las piernas de la pelirroja una vez más, haciendo que sus tobillos se doblen.

EL DIABLO IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora