CAPÍTULO 44:
"Bed Stuy, 4:30 a.m."
El Diablo.
El viento despeina mi cabello mientras los primeros rayos del sol destacan en la lejanía.
El suelo arenoso bajo mis zapatos se cierne conforme camino hacia la cruz que yace plantada sobre la superficie. En medio de la nada, sostengo la rosa en color vino, y mis pasos llegan por si solos a la tumba de Eva.
"Eva Valerius, madre y gran amiga"
La frase en la tumba de la mujer que algún día fue la perdición de Casian es como un deja vú en mis recuerdos.
Deposito con cuidado la rosa sobre la polvorienta cruz en la lápida que se ha quedado en el olvido. Debo decir que la última vez que vine aquí tenía 15 años, desde que murió a lo único que venía era a llorar su partida y a rogar porque pronto me llevara con ella.
Suspiro a la nada, recordando cuantas veces vine aquí solo para ver el amanecer y ahora, la tumba vieja lo único que tiene es un par de hierbas secas alrededor.
―Casian está muerto ―digo al aire. Como si ella estuviese escuchándome.
El sol es tan fuerte aquí que me deshago de mi chaqueta.
Ni siquiera sé qué hago aquí. Ni siquiera sé que hacer ahora.
Saco un pequeño porro de mi pantalón y tomo asiento en la arena, comienzo a expulsar el humo por mi boca y recuerdo su nariz arrugada cada vez que algo la confundía o la enojaba. Como ayer cuando le grité en la cara todo lo que salía de mí.
El arma sobresale en mi chaqueta la cual está deshecha en el suelo.
Quien quita que ese niño no sea yo. Quien quita que si asesino a Monserrat, ese niño no irá a sentarse en la tumba de su madre luego de unos cuantos años buscando un poco de luz para su vida.
Siempre he sido lo peor, lo peor que todos desean sin saber en lo que se meten.
Daría todo por decirle que es especial. Por acecharla, por olerla, maldita sea, maldita sea mil veces. Desde hace unas semanas he comenzado a sospechar que mi atracción por Monserrat se está convirtiendo en una obsesión que no puedo dejar.
Dije que iba a abandonarla y he sido un jodido débil. Un idiota que fue a buscarla a la primera oportunidad.
Doy asco, ¿En qué carajos me he convertido?
Mis ojos reaccionan a un extraño brillo a lo lejos, el ruido de un auto se aproxima a mí en medio del desierto y frunzo el ceño mientras espero que quien sea que venga, llegue a mí.
―¿Sigues aquí? ¿Esperándome?
―Eso creo.
―Estoy muerta.
Y de pronto, el auto aumenta su velocidad hasta llegar a mí y lo único que escucho es el sonido de mi cuerpo contra el metal del vehículo.
―Llegamos, señor.
Abro los ojos.
Compruebo que mi cuerpo se encuentre completo y luego vuelvo a la realidad.
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EL DIABLO II
RomanceTengo los demonios que buscas. Malo por nacimiento, cabrón por elección.