XXXIII

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CAPÍTULO 33.

"Costas, 3:40 p.m."



El Diablo.

Las olas del mar colisionan de lleno sobre la arena y la brisa provoca un ligero movimiento en las palmeras que adornan los costados del ventanal en la pequeña cabaña que he alquilado.

Impulso la página del libro en mi regazo con mi pulgar mientras el agua en la tina de baño alcanza mi ombligo y mi cola se balancea fuera, casi rozando el suelo. Los espejos a mí alrededor se encuentran empañados, sin embargo, puedo distinguir a través de ellos el cadáver que es mi rostro.

Tomo el vaso de whisky que descansaba en la pequeña mesa a mi lado y conforme tomo bocados, escucho los latidos lentos de su corazón, que se acompasan con la respiración relajada de sus pulmones y hasta creo que puedo oler su aroma a vainilla desde aquí. Todo esto me hace saber que bombón aún sigue dormida.

De la nada, mi móvil suena.

― ¿Sí?

― ¿De buen humor?

Ruedo los ojos.

― Demasiado... ¿Para qué llamas, rubio? ― gruño.

― Gabriel dijo que el tal Jacko está en el Bed Stuy.

― ¿Cómo lo sabe?

― Bien, no fue Gabriel. Fui yo. He estado siguiéndolo y justo ahora está en una tienda...

― Vaya― río ― Si el mexicano te encuentra, te mata.

― Lo sé, pero almenos moriré haciendo algo productivo y...― miro hacia mi pecho, constatando la manera en la que el whisky se riega por mi piel desde las cavidades en mi mandíbula ―. ¡Oh, mierda!

― ¿Qué? ¿Alguien te toqueteó? ― me burlo.

― ¡No! ― susurra ― Jacko entró a un restaurante ahora, acabo de sentarme en la mesa de alado con una carta de menú cubriéndome el rostro y de la nada, hace un segundo llegó el malparido de Enrique.

Frunzo el ceño, o almenos esa era mi intención ya que no tengo expresiones.

― ¿Qué carajos hace Enriquito ahí?

― No lo sé...

Miro la habitación llena de espejos y vidrios, para luego centrarme en la mujer que me mira desde el marco de la puerta. Sus ojos azules parecen cada día más claros y algunos de los moretones alrededor de éstos se sumen a la regeneración de su piel.

Sonríe mientras cruza los brazos.

― Sí, bueno. Debo irme― cuelgo dejando a Francis con la palabra en la boca.

― ¿La playa, enserio? ― levanta una ceja.

― Sí― dejo el móvil en la mesa―. Últimamente el clima del Bed Stuy ya me estaba hartando.

― Bien... iré a dormir un poco más― se da la vuelta con intención de irse.

― ¿Bombón?

― ¿Sí? ― no voltea a verme, pero puedo imaginar la sonrisa que tiene.

― Desvístete.

Regresa su vista a mí, dejándome comprobar su sonrisa juguetona.

No tarda en deshacerse de la bata de seda y puedo ver su piel tal y cómo me gusta, los rasguños en sus rodillas, los moretones dispersos en sus brazos y sus labios un poco hinchados no hacen que deje de excitarme.

EL DIABLO IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora