XLIII

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CAPÍTULO 43

"Bed Stuy, 11:59 p.m."




Kalipso

Francis me levanta con cuidado, haciendo muecas, pero siendo delicado.

―Jesús. Amor ¿Estás bien? ―quita los cabellos que han caído en mi rostro.

―Sí... ―contesto con un poco de titubeo.

Tomo asiento en el suelo, sin darme cuenta de que la gente se ha amontonado ya a nuestro alrededor. Sobre todo, observan los golpes que el Diablo le está dando a Domingo. Uno tras otro, el gordo sangra pero no me molesto en parar la pelea.

Mi amigo me ayuda a ponerme de pies.

El Diablo se separa de Domingo quien con mucho esfuerzo se pone de pies también.

―¡Ay, grosero! ―Francis corre hacia el regordete y le riega su refresco en la cabeza, provocando que Domingo se enfurezca aún más y saque un arma de su chaqueta.

El Diablo levanta sus manos en señal de rendición, y cuando menos lo esperamos, Francis se lanza encima de Domingo, sobre su espalda, haciendo que se distraiga, entonces el sonido de un disparo calla el lugar. La pierna del dueño comienza a sangrar y la bala ha provenido del arma del Diablo, quien posee una mirada furibunda.

Domingo se desploma en el suelo, llorando de dolor mientras él... él simplemente pasa su mano por su cabello algo desarreglado, dejando cada hebra perfectamente en su lugar. Guarda lentamente su arma frente a todos y que alguien me mate ahora si miento cuando digo que enserio, parece un ángel.

―No quiero que nadie mueva un pelo ―amenaza a la multitud quienes no dejan de observarlo. Incluso Francis, que se pone de pies, luego de haber caído con Domingo, tomando sus pequeños lentes.

Yo sólo permanezco allí, en mi lugar junto a la maraña de gentío, soy una más del montón observándolo, admirando cómo él toma su trono a la fuerza en éste campo de batalla llamado Bed Stuy.

―Otro desplante cómo este y no vas a salir vivo ―intimida al hombre gordo que se limita a asentir al mismo tiempo que aprieta su pierna sangrante ―¡¿Entendido?! ―toma a Domingo por el cuello, estampándolo en el suelo.

―S..Sí

―No escuché ¿Qué dijiste?

―¡Qué sí!

El Diablo se agacha para susurrarle algo en el oído a Domingo y luego de esto se pone de pies.

―Vámonos ―agarra a Francis del cuello de su suéter para luego alejarse, sin siquiera mirarme. Pero no puedo quedarme atrás, así que me abro paso entre la multitud, sintiendo algunos manoseos, pero mi objetivo ahora no es golpear a cada borracho que me acosa conforme paso.

Logro cruzar la puerta de salida.

Desesperada, miro a todos lados, encontrándolos. Francis grita porque lo deje quedarse conmigo, pero el Diablo declina totalmente y mi corazón se estrecha al darme cuenta de que lo único que el dueño del Bed Stuy quiere lograr dejándome aquí sola, es destruirme, a pesar de que ya lo ha hecho un millón de veces antes.

―¡¿No me escuchaste cuando te llamé?! ―camino decidida hacia ellos. Ambos dejan de hablar cuando notan mi presencia.

―Monse... ―balbucea mi amigo con mirada de cachorrito herido.

EL DIABLO IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora