XLVII

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CAPÍTULO 47

"Bed Stuy, 4:09 p.m."

Carretera.






Kalipso





El afilado puñal se hunde en mi vientre, traspasándome, rasgándome y llevándose lo único que valía la pena para mí.

―¡NO! ¡NOOO! ¡Es mi hijo! ―pataleo, pero es tarde. La sangre ya ha comenzado a derramarse desde la herida sobre mi pantalón ―. Es mi hijo... ―me bato en lágrimas, me acurruco en sollozos interminables, tanto que ni siquiera siento el dolor físico de la puñalada.

Aprietan tanto mis brazos que en cualquier momento se me van a arrancar, mis piernas lanzan patadas para defenderme como si aún estuviese a tiempo.

Y Hudson me observa. Todos en éste maldito lugar me miran cómo a un espectáculo que se desangra en medio del escenario.

―¡Malditos hijos de puta! Malditos ―caigo de rodillas, y estrujo mi vientre tratando de detener la sangre. Tratando de volver el tiempo ―. No... ―mis lágrimas corren por mis mejillas, una tras otra, sin parar. La sangre ahora se filtra por entre mis piernas, solo para confirmar que estoy sufriendo un aborto, que mi hijo...

Mi hijo...

Sollozo fuerte. Mi pecho se estruja, se muere por dentro.

Enrique solo está allí, plantado en el suelo. Luce arrepentido, luce devastado al igual que Hudson.

―Dios... ¿Qué hice? ―el dueño del casino observa sus manos sangrientas.

Sé que sus ojos me miran. Sé que solo soy un circo para él, para el Diablo.

Lo odio.

Mi mente ni siquiera puede asimilar lo que está pasando, ni siquiera puedo procesar ésta escena, a éstas personas, a mí misma.

Pensé que el dolor era intenso antes, cuando solo era yo... pero ahora, me rebasa, ahora... sé lo que es morir de a poco, sin embargo, ahora no sé, no sé nada ni nada me importa.

Estoy sola. Estoy tan sola, ahora.

Trato de limpiar mis lágrimas con mis ensangrentadas manos, llorando sin parar, derramando todo lo que puedo, dejando el rastro húmedo en mis mejillas, en mis labios y mis ojos.

Duele.

Duele tanto.

―El bebé es tuyo... ―escasas lágrimas resbalan por mis mejillas, y las limpio rápidamente. Me avergüenza que me vea llorar.

Pero no dice nada, no le interesa.

Esto es una eternidad. Una maldita eternidad, yo soy una ficha, una mujerzuela que no tiene valor. Lo único que me convertía en algo, ya no lo poseo.

―¿Nunca vas a aceptarlo verdad? Aunque en el fondo sabes que es cierto ―digo con esperanza, adoraría escucharlo decir que acepta a nuestro hijo, aunque no sea precisamente un bebé común, pero eso lo hace especial para mí, eso me hace amarlo aún más.

Ni siquiera sé por qué sigo esperando por alguien a quien le importo una mierda, por alguien que me ha hecho tan miserable, que me ha jodido tanto y que también es el asesino de mi hijo. Lo creo capaz de cualquier cosa ahora. Y antes de volver a verlo me arranco los ojos.

Trato de ponerme de pies, pero mi cuerpo no responde. Mis piernas están entumidas, y gateo jadeando de dolor, apretujando mi vientre, pero el intenso sol, y el calor combinado con la fuerte brisa, no hace más que marearme, empeorarme. Obviamente, nadie me ayuda, solo me observan y le gritan unas cuantas cosas al miserable Diablo.

EL DIABLO IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora