XXVII

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CAPÍTULO 27

"Bed Stuy, 8:37 p.m."

El Gato Negro. Casino




El Diablo

Mil mujeres, miles de sensaciones, miles de camas y miles de coños me he tragado, expectante a cortar las alas de cada mujer con la esperanza de que se adapten a mí y pueda salvarme. Con el tiempo, he perdido la ilusión, las ganas y la fe, y en el mismo sentimiento, me he llenado de anhelo, de ansias hacia lo único que parece despertarme un sentimiento más allá de la excitación.

La mierda siempre ha sido sexo sin sentido.

Me siento tan malditamente ausente ahora, mientras introduzco mi lengua en su boca y muevo mis labios sobre los suyos.

Estoy tan perdido en la inmensidad de mi pasado que no he dicho nada desde que llegué.

Nos separamos.

Observo sus ojos brillantes, tan expectantes de alguna palabra que provenga de mi boca, pero no digo nada, me limito a acariciar su mejilla con una de mis manos.

Muerde su labio inferior.

― A...― abre su boca con la intención de decir algo, pero corto su acción con otro beso. Y es que cada vez que veo sus labios entreabiertos me dan ganas de... de todo.

Resbalo mis manos a su trasero, acariciándolo suavemente, al ritmo y al tiempo que mis labios se mueven.

― Tu... tu móvil― Monserrat interrumpe el beso, indicándome que mi celular produce un titilante sonido que taladra mis oídos.

Dejo de tocarla y pongo atención al impertinente aparatejo.

Es Gabriel.

Deslizo el dedo en la pantalla y contesto.

― ¿Qué?

― Señor, los socios están esperándolo. Y... el Escorpión ha dicho que quiere apostar con usted.

Una sonrisa ladina se posa en mis labios.

― Esto se pone interesante― digo mientras aprieto la cintura de Monserrat, me hace sentir satisfecho que Hudson se las rife por ella, y que ella me complazca a mí―. ¿Qué quiere apostar el arrugado?

― Un millón, pero si él gana, quiere el Wabes.

Eso no pasará.

― Bajo enseguida― me alejo de la morena, dándole las espaldas, un segundo para decir cerca de la bocina―: Cuando me acerque a Bombón, no quiero que el Escorpión nos interrumpa.

― Entendido, señor.

Con eso cuelgo, y regreso mi vista hacia ella, quien sostiene entre sus brazos lo que parece ser un vestido del color que me enloquece, y tan sólo imaginármela dentro de él, me hace querer revivir la noche en los baños de éste casino.

― Bombón, voy a bajar, me están esperando. Vas a ponerte eso ¿Verdad? ― señalo el vestido.

Pone un cabello detrás de su oreja.

― Sí, yo...― interrumpo sus palabras con una acción que la sorprende tanto, que está pálida, y el vestido cae de sus manos lentamente.

Envuelvo mi rojiza cola en su cintura y la atraigo hasta mí, casi puedo fundir sus ojos en los míos.

EL DIABLO IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora