XXXVIII

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CAPÍTULO 38

"Bed Stuy, 8:43 p.m."

Límites.




El Diablo


En cuanto veo el auto deslizarse tal cual un torbellino en medio de la autopista siento un frío absoluto recorrerme. Lo único que hago es soltar mi teléfono celular lejos de mí y aplastar el freno junto el embrague a fondo, a tope.


―¡NO! ―grito en extremo, deteniendo a raya mi convertible y haciendo malabares para poder desabrochar mi cinturón. Una vez que salgo de él, en medio de los gritos y del sonido de las bocinas de los conductores que se percatan del hecho.

Mi pecho sube y baja conforme me acerco al lugar de los hechos. Observo el auto blanco hecho añicos y estampado contra él barandal que limita el asfalto con el abismo del otro lado, de su motor es emanado humo de color blanquecino y las luces le fallan.

El auto se encuentra sin algunas puertas, entre ellas, la del piloto.

En cuanto llego, lo primero que hago es mirarla, ella está ahí, escurriendo ríos de sangre desde su frente y de sus brazos. Me acerco sin dudar, acariciando sus manos frías. Y detrás de mí, los murmullos por parte de la gente no se hacen esperar.

No hago más que observarla sin ser capaz de articular nada.

―¿Está bien? ―una mujer curiosa se acerca al espacio.

―¡Llame a una maldita ambulancia! ―le ordeno enojado y ella hace lo que exijo.

Desvío mí vista a los alrededores, todo para evitar ver a Monserrat desangrándose en mis brazos, es cómo si cada gota que se escapa de su sistema fuese una condena más que pagar.

― Bombón... ―rozo sus mejillas con mis dedos. La tela de su blusa ensangrentada se pega en mi mano y levanto mi extremidad para tratar de sentirla más―. Mierda, Monserrat... ―bajo mi cabeza hacia su pecho y allí, trato de buscar el palpitar de su corazón de manera desesperada.

Permanezco allí, sin moverme, no sé por cuanto tiempo. Pero luego de una eternidad, llegan los paramédicos quienes me alejan de su cuerpo frío y me veo obligado a subir a mi auto para perseguir a la ambulancia, con mis manos temblorosas, trato de tomar mi teléfono y marcarle a Francis.

―¡¿Qué pasó?!

Tomo unos segundos para analizar lo que debería decirle.

―Mon...serrat tuvo un accidente.

―¿Un accidente? ¿De... qué hablas? ―su voz tiembla a partir de la segunda palabra que pronuncia ―. ¡¿Dónde mierda está Monserrat?! ¡Quiero hablar con ella, ahora!

―En una ambulancia ―trato de seguir con mi vista al frente ―. Ella está en una ambulancia.

―¡¿QUÉ?! ¡Maldito hijo de puta, si algo le pasa... te mato!

Golpeo el volante con toda la fuerza que se apodera de mi puño y halo mi cabello.

―¡Ya cierra la puta boca rubio de mierda! ¡¿Crees que no sé lo que puede pasar?! ¡Cállate y corre al hospital!

―¡Vete al carajo Diablo, todo esto es tu culpa! ¡Si se muere vas a conocerme!

Entonces cuelgo analizando los hechos y empuñando a más no poder el volante, mis nudillos se tornan blancos debido a la presión que ejerzo.

EL DIABLO IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora