CAPÍTULO 39
"Bed Stuy, 9:31 a.m."
Wabes
El Diablo
Era de esperarse.
Tenía que haberlo sabido.
Y tan siquiera lo vi venir.
No lo vi venir por permitirme distraerme con la morena.
―¿Y qué harás ahora? ―las uñas largas del súcubo son tronadas sobre mi escritorio con lentitud y precisión.
―Se irá ―respondo con mis manos entrelazadas y mis codos sobre mi puesto de trabajo―. Además, fue ella misma quien pidió alejarse de mí.
―Sin embargo... ―toma un pedazo de papel de una de las libretas junto con un esfero ―...tu no harás que se vaya por cumplir su capricho, sino porque no quieres que la policía dé con ella.
―No me conviene que la policía la encuentre.
―Tal vez ―asiente. Escribe algo en el papel y luego lo pone en mis manos ―. Pero recuerda que ahora guardas un alma, recuerda que puedes guardar miles más.
―No lo olvido, rubia.
―Genial, porque con eso podrás revivir el infierno y podremos volver a él ―se pone de pies, toma su bolso y por último, se retira, meneando sus caderas hasta cerrar la puerta.
Echo un vistazo al papel que contengo entre las manos.
"Monserrat Ferrer"
Después de leer el nombre de bombón, empuño el pedazo y lo vuelvo llamas hasta que se deshace por entre mis dedos en forma de ceniza.
La policía encontró el cuerpo de Diego, y fui tan imbécil cómo para pasarlo por alto, pasé todo por alto gracias a ella. De mí no hay registros, pero pudieron identificar a Monserrat fácilmente, por eso debo sacarla del Wabes, por eso debo deshacerme de ella lo antes posible. No pueden llegar a mí, de ninguna manera.
(😈)
Coloco a un lado de los fajos de billetes la carta con toda mi información, y junto a ésta, otro sobre con una carta totalmente falsa, ésta tan sólo lleva el sobre de la original. Finalmente, cierro la caja fuerte y me quito la corbata.
―Propongo un jugo de naranja a cambio de esa corbata ―regreso mi vista a la anciana, quien se arrima al marco de la puerta mientras sostiene una pequeña canastilla con ropa sucia.
―Es toda suya ―me acerco y pongo la corbata en el canasto, luego de esto, tomo el zumo y lo bebo.
―¿Al fin puedo saber que tanto haces fuera de la casa todo el día?
Ruedo los ojos, disponiéndome a caminar hacia mi habitación.
―Ese es mi problema, anciana.
―No quieras ocultarme cosas.
―Ni quieris ocultirmi cosis ―imito su oración y abro la puerta de mi cuarto, con la vieja pisándome los talones.
De pronto, mi espalda recibe un golpe.
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EL DIABLO II
RomanceTengo los demonios que buscas. Malo por nacimiento, cabrón por elección.