Capítulo 58

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Samantha

En todo el camino de regreso a la casa de la playa, no dije ni una sola palabra. Mi ánimo se esfumó.

Estefany estaba muy decaída y, aunque le dije que podía quedarme junto a ella en la casa, se negó. Decidió irse unos días con Matt de vacaciones y así poder despejar su mente.

No le mencioné a Christian ni una sola palabra de lo que sucedió en el apartamento tampoco. Volver a tocar ese tema tan delicado para mí, me deprime aún más.

El auto se detiene frente a la tranquila casa y bajamos.
Ambos tomamos nuestras cosas: las maletas y la comida que habíamos traído, y entramos nuevamente a la casa.

Yo me siento sobre el sofá y cubro mi rostro con ambas manos.

—¿Qué te sucede, Sam? Has estado callada desde que saliste del apartamento. ¿Qué tienes, amor? —habla Christian.

Yo suelto un suspiro y lo miro.

—Estoy bien. —respondo.

—Te conozco lo suficiente. —indica. Se acerca a mí y toma asiento sobre la pequeña mesa del centro de la sala. —Algo anda mal, lo puedo presentir.

—Es sólo que... todo el tema de la Navidad me pone un poco... sentimental. —digo sin importancia.

Entrelazo mis dedos y mantengo mi vista en ellos.

—Entiendo por lo que estás pasando...

—No. —lo interrumpo, anclando mis ojos en los suyos. —No digas que me entiendes porque no es así: tú no estás pasando por la misma situación que yo, así que no puedes entender cómo me siento en este momento. La única persona que se siente exactamente igual que yo, es Estefany. —aclaro. —No sabes lo que se siente que toda tu familia te culpe por la muerte de tus padres, y no sabes lo que se siente vivir con ese cargo de conciencia. No sabes lo que es estar completamente solo, porque absolutamente todos te han dado la espalda. Ni siquiera te puedes imaginar lo que siento yo cada vez que recuerdo a toda mi familia llegando a mi casa, llorando y sufriendo, y que mis abuelos me digan que mis padres han muerto por mi culpa. —inquiero llena de dolor. —Nadie, absolutamente nadie, comprende mi dolor. Cada maldito día me odio por lo que les sucedió, y no sabes lo que yo daría por tenerlos aquí conmigo y poder disfrutar de la vida junto a ellos y al resto de mi familia, como solíamos hacerlo siempre. —las lágrimas salieron disparadas de mis ojos y no las pude contener.

Christian intenta acercarse pero yo me pongo de pie y me alejo de él.

—Lo lamento. —murmura. —Yo no puedo imaginarme lo mal que la estás pasando ahora, amor. Pero... tú eres bienvenida en mi casa. A mí y a toda mi familia nos encantaría que tú celebres con nosotros. —me dice con una leve sonrisa. —No estás sola en esto, yo estoy contigo. —me dice con cautela.

Yo seco mi rostro y lo miro.

—No me gusta verte triste. —prosigue. —Además, sabes que no fue tu culpa lo que les sucedió a tus padres, y me parece muy injusto que tu familia te dé la espalda y te culpen por algo así. —continúa. —Tú eres muy fuente, no dejes que eso te derribe.

—Lo dices como si fuera tan sencillo. —me quejo. —Tú tienes a toda tu familia, ellos te adoran. Tienes hermanos y, aunque no te lleves muy bien con ellos, sabes que están ahí. También tienes una hija que crecerá y la verás siempre en cada proceso de su vida. Está, además, tu gran empresa que te da buenos frutos gracias a tu empeño y trabajo. No te hace falta nada. —elevo mis hombros. —En cambio, yo no tengo nada: no tengo familia, tampoco hermanos con los cuales poder hablar o simplemente pelear, y tampoco tengo hijos. No tengo nada. —le digo soltando una risa amarga. —Mi trabajo es lo único que me obliga a levantarme todos los días.

Mi Otra Mitad ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora