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Polinesia francesa. 

La verdad es que nada sabía de una colectividad de 118 islas en alguna parte muy profunda del océano Pacífico al sur. Pero si se de Bora Bora y es ahí donde nos dirigimos ahora. Me cuesta toda la tarde aclimatarme a que estamos en un pedazo de tierrita perdida de todo el mundo, no se ve en ningún mapa a menos que la ubiques por nombre en el buscador de algún cacharro electrónico y amplíes la pantalla al máximo. Como Austin dijo en broma, comencé a sentir el sol penetrante y me paré debajo de una palmera a untarme un poco de protector solar bajo pero lo suficientemente protector para una persona que hace más de un año que no se broncea. Estamos en el archipiélago "Islas de la sociedad" trasladándonos desde la isla Tahití a Bora Bora... La verdad no se si estoy acertada en mis pensamientos, pero es lo que escucho del guía que nos lleva. Aun no caigo en sí, no puedo creer que estemos aquí. Parece un puto sueño de lo más lindo. Austin bromea y habla con demasiada amabilidad al guía que es afroamericano y sus dientes blancos resplandecen hasta cegar. 

– ¿Te encuentras bien, preciosa?

Niego y luego asiento. –No lo sé, siento que...– Tartamudeo, estoy agotada. –Me siento cansada. 

Austin besa mi cabello y me aprieta un poco desde su asiento. –Demasiado viaje, en cuanto estemos en la cabaña nos relajaremos y podremos descansar.– Asiento y escondo mi rostro en su cuello. Tengo la cabeza tan aturdida que ni siquiera quiero observar por la ventana. 

Llegamos a nuestra cabaña, la que casualmente descansa sobre el agua, un agua tan transparente y turquesa que me pone molesta, nada de sexo en el agua. No, no se puede a menos que escandalicemos a algunos turistas y residentes. Mis piernas tiemblan cuando las apoyo en la arena blanca y lo único que puedo pensar, es en una cama y el cuerpo de Austin cubriéndome como si fuera un edredón de plumas. Logro ver un atardecer de ensueño detrás de unas montañas tan verdes que parecen pintadas, arrastro mis pies por un puente alto y estrecho que se va abriendo hacia cabañas enfrentadas con poca privacidad, pero son increíbles. Hermosas. Quiero una cama...

Entramos en silencio y voy desnudándome mediante me encamino hacia la cama. Cuando llegamos a las islas sentí un calor casi insoportable y pudimos cambiarnos en unos baños, ahora dejo caer mi vestido veraniego, mis hawaianas, mi sostén y me dejo la braguita... para dejarle el privilegio a Austin. Cuando me tiro en una cama gigantesca suspiro de placer. 

  – ¡Gracias por tanto, colchón de plumas!

Siento una carcajada y un cuerpo acurrucarse a un lado, está desnudo, él no me ha dado el privilegio de despedirme de su bóxer. Mmm. Estoy cansada, si, muchísimo, pero a mi sexo no le parece y mi cuerpo sin energía se voltea para sentarse a horcajadas  sobre el suyo. Me paso los preliminares y voy directo a la acción, como a él le gusta. Se lo hago despacio, en silencio, sin pensar donde estamos...

Jet Lag te odio...

***

Me despierto más fresca que una lechuga y veo a mi alrededor, no está aquí, eso me desespera un momento hasta que escucho un chapoteo por la puerta trasera de la cabaña. Veo que es de noche y salgo desnuda, si, desnuda. Austin está en una increíble piscina de hidromasajes redonda. Desnudo también... Mmm. Me tiro en ella y me acerco a mi chico que me sonríe con gula.

  – ¿Te encuentras más persona, ahora? 

– Si, no sabes lo agotada que he llegado. 

Me siento a horcajadas en su cadera y apoyando mi espalda en sus rodillas abiertas observo hacia arriba. El cielo más estrellado y fabuloso que nunca en mi vida he visto. 

– ¿Esto no es un sueño o si? Aún no lo creo...

– Tú eres un sueño.–  Me dice incorporándose y clavando sus dientes en mi pezón izquierdo. Gimoteo. 

Aquí y AhoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora