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Podría pasar un huracán por mi puerta con vientos de 200 km/h y no me movería, examino al hombre que tengo delante de la misma manera descarada que él lo hace conmigo. No distingo ninguna reacción en su rostro pero apostaría que sé exactamente como se ve al sonreír o al fruncir su ceño, es como si me metiera a una maquina del tiempo y viajara unos 30 años al futuro.

 ¿Qué hace usted aquí?

Las palabras salieron de mi interior sin mi consentimiento, mamá me daría una tunda por mi horrorosa educación, pero..., ahora que lo tengo aquí, frente a mi, solo quiero abofetearlo y escupirlo, gritarle y luego llorar un día entero. Nunca antes lo había visto, pero no hace falta que me lo presenten para saber quién es. 

 –Es una grata sorpresa descubrir que realmente te ves como en las vallas publicitarias. 

¿Que qué? Cruzo mis brazos a la defensiva.

  – ¿Viajó desde donde sea que se oculta hace una década para decir eso? Pues, gracias.– Tomé con fuerza el pomo de mi puerta y comencé a cerrarla pero su mano morena me lo impidió, solo impidió que cerrara la puerta, no intentó entrar. – ¿Qué demonios hace usted aquí?–  Recalqué, con poca paciencia. 

  – Vine a ver a mi hijo y no me iré de aquí aunque me cierres la puerta en la cara. 

Comencé a temblar al notar sus palabras. 

Su hijo. 

¿Cuál de los dos...?

Soltó la puerta creyendo que cedería ante su amenaza pero en su nariz, cerré de un portazo y di tres pasos hacia atrás, buscando desesperadamente un lugar donde apoyarme. Austin bajaba las escaleras solo con una toalla en la cintura cuando la puerta sonó otra vez, salté, conmocionada, y corrí hasta ella para apoyarme contra la madera. Austin llegó a mi lado al instante.

  – ¿Qué ha pasado? ¿Lexy? ¿Te encuentras bien?

Niego y presiono con más fuerza la puerta, lo que logra que él le preste más atención.

– ¿Quién es? 

– Nadie.

Resopló y me sujetó las muñecas con suavidad, lo siguiente que sentí fue mi mejilla contra su pectoral caliente, me relajé pero no lo suficiente como para olvidar quién se ha presentado de sopetón a nuestras vidas. Vi de reojo como apretó el pomo de la puerta y tomé su antebrazo con fuerza. 

– Austin... oye...

Abrió de igual manera. 

Sentí la tensión en su cuerpo porque estaba pegada a él, dio un paso atrás casi involuntario y como yo no me moví del lugar, nos separamos. Tardó en recuperar la compostura. Fueron unos minutos en los que nadie habló. El viejo imbécil permaneció en el descansillo sin inmutarse y Austin parecía más desconcertado que nunca, ni siquiera cuando planeó el encuentro con Nick lo vi así. Lo peor es que está en desventaja prácticamente desnudo. 

  – ¿Qué es lo que quieres?– Soltó y me sorprendió que no usara formalismo, como si de esta manera dejara en claro que no lo respeta. 

Su padre soltó una risita que me erizó la nuca, un sonido simple y relajado, idéntico a su hijo. 

– ¿Es que aquí todos saludan de esa manera?–  De pronto sus ojos se oscurecieron aún más, enderezó su espalda pareciendo aún más alto. – Tenemos que hablar, hijo. 

Aquí y AhoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora