51. Invitación

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Me encontraba comprando en el supermercado. Aún existían cosas que podía hacer como una persona normal y esto era una de esas cosas. El refrigerador se ha quedado vacío y la botella de leche había vencido hace unos días porque últimamente mi mente ha estado en otro mundo.

Y desde que mamá ya no vive conmigo, las cosas han cambiado. Antes mamá estaba pendiente de mí siempre y ella hacía las compras. De hecho siempre compraba mucho y la alacena siempre permanecía hasta el tope, solo esperando a que yo me antojara de comer lo que me diera en gana.

Pero mamá se mudó a Dublín desde que entré a la universidad, porque ya no podíamos pagar el mantenimiento de dos personas en la gran ciudad de Londres, en la cual, la inflación había aumentado considerablemente los últimos años.

Y por lo mismo, ahí estaba yo analizando cuál botella de leche tenía más contenido y que tuviera un precio más razonable en uno de los refrigeradores del supermercado, cuando escucho a alguien que comienza a tocarme el hombro con su dedo índice.

Sí, ya sabía que me estaba tardando mucho y que era una señal para que me quitara del refrigerador que tenía un buen rato de tener la puerta abierta.

Despegué mi mirada de la descripción de la leche y me dije rápidamente en mi mente que esta es la que iba a escoger, para luego cerrar la puerta de la refrigeradora.

—Niall...—oí una cantarina voz detrás de mí. ¿Me lo he imaginado? Me doy la vuelta al sentir mi estómago caerse al suelo.

La vi. Parpadeé un par de veces al ver que me sonreía.

—¡Te he atrapado!—me señaló sonriendo—No me dijiste que vendrías a comprar.

—He venido de imprevisto—dije en mi defensa—. No hay nada de nada en mi alacena— se comenzó a reír.

—Yo vengo por lo de siempre.

Se veía tan bella sonriendo y tan radiante que quise contagiarme de eso que ella tenía, besándola. No me importaba el hecho de que estuviéramos en un supermercado concurrido de familias, pero la idea se me hacía bastante atrevida.

Me ruboricé apenas, deseando que Ángela no lo notara. Para disimular, desvié mi mirada al carrito en donde tenía los víveres que iba a comprar y luego, puse la leche dentro.

Al hacer lo mío, noté que Ángela tomó una botella de leche sin ver marcas ni precios y lo metió en su carrito.

—¿Ya casi terminas o te falta más por comprar?—me preguntó Ángela viendo el contenido de mi carrito.

—Aún me falta ¿y a ti?—ella me miró y asintió.

—Unas cosas más.

Asentí.

Me dediqué a escoger las últimas cosas que me quedaban de tomar de las estanterías, aunque por el rabillo del ojo observaba a Ángela también en su escogencia de víveres.

Me doy media vuelta y de pronto sentí que había chocado en contra de alguien.

—¡Niall!—me dijo el hombre. Abrí bien los ojos y sonreí—¡Hijo! Qué casualidad ha sido encontrarte aquí—me tendió una mano, mientras que con la otra me dio unas palmadas en la espalda.

—Profesor Harries—le saludé bastante sorprendido. Nunca lo había visto antes salir de la mansión solo. Creía que era más probable encontrarme con Helmer o Jane a venir a un supermercado a hacer las compras. Al parecer, adivinó mis pensamientos porque él agregó:

—Ya estaba abrumado de estar encerrado—sonrió—. Vine a conseguir un pavo.

—¿Un pavo? —pregunté distraído.

Por el rabillo del ojo vi a Ángela meneando la cabeza y riendo. La miré frunciendo el ceño.

—¿Noche de Acción de Gracias?—me respondió el profesor Harries.

Mi rostro empalideció.

No podía ser. Yo ni me acordaba de esa festividad.

—Oh, sí—exclamé fingiendo tranquilidad. Vi a Ángela riendo y mirándome de vez en cuando divertida—. Claro.

El profesor Harries comenzó a reír. Sabía que yo ni me acordaba de la celebración. Para desviar la atención, miré a Ángela y la llamé. Ella se acercó con el ceño fruncido y un tanto sigilosa mirando al hombre que tenía en frente de mí.

—Este es el profesor Harries—se lo presenté—. ¿Lo recuerdas? —ella trató de disimular su ceño fruncido mientras lo inspeccionaba con recelo—. Nuestro primer profesor de Química.

Ángela ahogó un grito.

—No le reconocía—admitió ella sorprendida—. Profesor, ¿cómo ha estado? Hace mucho que no habían noticias suyas y pensé que... —su tono de voz decayó en ánimo queriendo transmitir el mensaje de fatalidad.

—Oh, no—manoteó el profesor Harries—. Aquí sigo en pie—sonrió.

—Lo que había escuchado...—se pausa Ángela—. Y verlo aquí ¡Vaya!—Ángela no podía ocultar su sorpresa mientras lo admiraba con ahínco, debido a que ella la última vez que le vimos en el instituto estaba demacrado, débil y moribundo; y eso hizo que mirara al profesor sabiendo el verdadero motivo por el cual el profesor estaba curado de su cáncer—. Es un verdadero milagro.

—¿Saben? —dijo el profesor sonriendo jovialmente—. Ya que hay tanto que agradecer, me encantaría invitarlos esta noche a la cena que haremos en mi casa. Claro, si así lo desean.

Miré al profesor Harries y deseé poder menear la cabeza y decirle en señales que quizá no sería buena idea, pero en vez de eso, me quedé callado y sonriendo con una mueca.

—Oh...—Ángela se llevó la mano para rascar su melena castaña. Hacía eso cuando no sabía qué responder y estaba nerviosa—. Hay un problema—dijo haciendo sus labios en una fina línea—, mis padres han organizado una buena cena y ...

—Si no pueden no hay problema...

—Sin embargo, en definitiva, me encantaría ir—dijo atropelladamente—. Aunque se me ocurre un plan ¿A qué hora estará la cena?

—Jane tendrá lista la cena a las 9:30 p.m.

—¡Perfecto!—exclamó— Podré ir.

—Genial—contestó el profesor encantado.

—¿Y tú, Niall?—me pregunta mirándome Ángela.

Me encojo de hombros asintiendo.

—Vale.

—Más te vale—me recriminó ella.

—Muy bien—manifestó el profesor Harries muy cortés —. Entonces, Helmer los pasará recogiendo a las 9:00 p.m.

Ángela miró al profesor Harries impresionada, asintió hasta que él se retiró y se perdió de vista.

—¿Cómo puede verse tan bien?—me preguntó en tono confidente.

No pude contestar su pregunta. Tenía miedo que se me saliera algo que luego no podría disimular después. Me encogí de hombros haciéndome ver como el intrigado también.

—¿Desde cuándo sabías que estaba curado?— continuó preguntando.

—Desde la semana pasada—traté de no contestar con un tono de pregunta ante mi duda de no saber qué responder para mentir.

Ángela me miró y luego asintió dejando el tema de lado continuando con su búsqueda de víveres por comprar. 

El Chico Detrás del Superhéroe | COMPLETA ✔︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora