53. Devastación

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Lo último que vi fue a Ángela asintiendo y preguntándome algo a lo que no le puse mucha atención. En mi cabeza lo único que podía escuchar en un fuerte zumbido que imposibilitaba que no pensara en otra cosa más que llegar al lugar del caos. Corrí hasta la oficina del profesor Harries que por suerte estaba la puerta abierta, y que girando la perilla esta cedió.

Casi me olvido por completo de cómo abrir la puerta oculta que es la chimenea falsa. Me acerqué a la laptop, sin embargo, pese a que estaba encendida, estaba bloqueada y debía de introducir un código secreto que solamente el profesor Harries lo sabe.

Refunfuñé para mis adentros. Esto no me podía estar pasando.

El diseño del túnel era para que yo entrara a él por medio del sótano de mi apartamento, no al revés.

Sentí una presencia en la habitación que me observaba de pronto. Era el profesor Harries que sin decir ni una palabra, se acercó a mi e introdujo el código, para luego abrir la chimenea.

—Gracias—dije. El profesor Harries asintió y me dijo:

—Toma el camino de la derecha.

Sin más demora corrí a enfundarme el traje y salir por el túnel a mi máxima capacidad de velocidad, deseando con todas mis fuerzas el poder llegar a tiempo, antes de que alguien más muera y sufra de la catástrofe que acaba de acontecer.

La escena era más desgarradora de lo que mi mente estaba figurándose momentos atrás mientras corría hacia allí. La devastación era infinita: escombros de concreto por todos lados, puestos de feria colapsados, hierros retorcidos, y lo más chocante, era ver la colosal infraestructura del London Eye volcada encima de centenas de personas que se encontraban desperdigadas por todo el suelo; unos lloraban, otros se lamentaban de sus heridas, otros estaban en una posición mortífera que me escalofrió hasta la médula.

La policía y los sanitarios ya se encontraban allí. Estaban tan ocupados socorriendo personas y tratando de sacarlas de debajo de la infraestructura colapsada que ni se enteraron de mi presencia.

Los sollozos desesperados de las personas que se encontraban allí atrapadas me perforaba los oídos. Sentí unas enormes ganas de llorar, pero no iba a hacer nada si lo hacía. Comencé a levantar las pesadas lozas de concreto y hierro en busca de encontrar a la persona que sollozaba inaudiblemente desde las profundidades. Tiré uno, dos, tres e interminables trozos de lozas, hasta que hallé una pálida mano bajo de una inmensa viga de concreto.

—¿Me escuchas?—le pregunté. Escuché un pequeño quejido aunque era difícil poder percibir más debido al bullicio del momento de penurias. No tenía ni idea si la persona allí estaba siendo aplastada. Si era así, iba a ser muy peligroso levantar la viga—. ¿La viga te está aplastando?—quizá no pudiera responderme pero era mejor hacer el intento.

—Sí—dijo. Era la voz de un chico acompañado por gemidos de dolor—. Las piernas.

Un latido de desesperación se espació por todo mi cuerpo.

No, la viga no lo podía estar aplastando. Si fuera así, estaría muerto. Es demasiado pesada para que un chico la pudiese soportar.

—Bien—le dije—. No te alteres sin sientes o escuchas algo extraño.

La viga pertenecía al edificio continuo al London Eye que al caer arrasó con la mitad de la edificación. Y esta era tan larga, de al menos unos treinta metros, que podía asegurar que a pesar de toda mi fuerza, iba a ser imposible para mí poder levantarla entera.

Estudié la viga. Debía de averiguar su punto débil y el que tuviera el menor impacto posible en el chico que estaba debajo. Una vez que asumí el mejor punto de impacto, respiré hondo y reuní todos mis pensamientos en ello. Levanté las dos manos en puños en lo alto y los dejé caer.

La viga se fracturó en muchas partes y los deposité en el suelo, creando poco a poco una gran montaña de hormigón.

Golpeé más veces la gran viga y seguía retirando escombros. Los golpes, lograron llamar la atención de varios voluntarios que empezaron a rodearme.

Más gritos.

Había más personas allí debajo.

Comencé a quitar escombros con mayor ímpetu. Y las personas que se aglomeraban alrededor estaban asombrados de que estuviese allí, sin embargo los ignoré. Y para cuando me di cuenta, ellos también trataban entre ellos ayudando a quitar escombros.

Fue una noche larga y un día también.

No me importó faltar a clases de la universidad al día siguiente. Mi deber era el ayudar a sacar todas estas personas de debajo de los escombros. Y sabía que no me iría de allí hasta sacar al último.

Entre los voluntarios y yo sacamos a muchas personas que afortunadamente estaban vivas, algunos con heridas de gravedad. Rezaba porque pudieran sobrevivir. Tuve que hacerme el fuerte y no echarme a llorar cada vez que veía a una persona ya sin vida.

Nunca había visto tanta muerte en mi vida.

[***]

Caminaba devastado y roto por dentro por el laberinto que era el túnel. Tenía que volver a la mansión del profesor Harries a dejar el traje. Pero caminaba lento. Absorto en mis pensamientos. No, no podía ser real. Toda esa desvastación no pudo haber pasado.

Tenía el corazón roto y no me importaba que durara una eternidad caminando. Sólo me podía asegurar a mí mismo que nunca olvidaría todas las imágenes que fui espectador ese día.

Al llegar, no escuché la típica alarma de apertura que entonaba la puerta de seguridad que abre al laboratorio del profesor Harries. Miré extrañado volviéndome a la puerta que permanecía abierta. Y lo que más me preocupó fue ver el laboratorio en penumbras y en desorden.

A duras penas, pude visualizar dos figuras altas inspeccionando un panel de controles. Eran Helmer y el profesor Harries.

Me acerqué a ellos y los grandiosos reflejos de Helmer, hicieron que se volteara y me apuntara con un foco y con un arma.

—Soy yo—mascullé. Helmer baja el arma—. ¿Qué ha pasado?

El profesor Helmer en eso, restablece la electricidad y ahí es cuando veo realmente la verdadera imagen de cómo luce el laboratorio.

Todo está patas arriba y destruido.

—Alguien ha burlado la seguridad y ha entrado—se volteó el profesor Harries, su aspecto lucía dolido—. Ha destruido todo.

—¿La máquina?

Un destello de verdadero pesar se mostró en su rostro.

—Ha sido destruida, también.

—¿Cómo...?—pienso en voz alta y de pronto miré asustado, realmente asustado al profesor Harries y a Helmer.

Las notas anónimas...

Alguien sabe mi secreto...

Fue el mismo que hizo esto.

No solamente eran notas de alguien que sabía mi secreto. También eran amenazas...

¡Ángela!

—¡Ángela!—mascullé horrorizado—. ¿Ella aún está aquí?

—La llevé a casa la noche anterior—contestó Helmer normal—. ¿Por qué preguntas?

Asentí sin decir nada de manera frenética.

Tenía un mal presentimiento.

Me di la vuelta y no escuché los gritos que me daban ellos para evitar que saliera por el mismo lugar. Yo sólo pensaba aturdido en Ángela. 

El Chico Detrás del Superhéroe | COMPLETA ✔︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora