El odio.

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Janis

¿Que debes hacer para tener un mal día?

Muy fácil, despertar temprano, deja que todo siga su curso y veras como es que todo se estropea.

No llevaba ni una semana de vuelta y los problemas ya habían comenzado.

Por alguna razón hubieron bastantes números rojos, justo hoy.

Pero cuando salí de la oficina, me encontré con Jimmy Page y sus queridos amigos.

¿Que tendría eso de malo? Nada, de no ser porque estaban conduciendo en motocicleta DENTRO del hotel.

—¡alto ahí! —me iban a escuchar.

Me puse justo en frente y los obligue a parar.

—¿cual es el problema muñequita? ¿Querias venir? —dijo el pelinegro; mas le valía cerrar la boca o lo iba a golpear.

—Uno: no soy muñequita de nadie, dos: mas les vale detenerse y sacar eso ahora mismo o los echaré a patadas de aquí, tres: cierra la puta boca ahora —iba a tener un colapso.

—tranquila, solo queríamos divertirnos —dijo el rubio subiendo las manos.

—fuera de aquí —apunte a la puerta.

—¿que quieres a cambio de no decir nada?—dijo Bonzo

—basta, no es hora de hacer tratos —lo detuvo Jonesy.

—¿Y quien te crees tu para darnos ordenes, niña? —volvio Page a atacar.

—no me creo, idiota, soy la hija del dueño, así que basta de tu teatrito o los cuatro se largan —volvi a sisear.

—¡Janis! —ay no papá. Ahora no.

—mira quien llegó —señalo Led Wallett.

—¿que pasa papá?— mas le valía no detenerme.

—ustedes cuatro, fuera de aquí, no los quiero ver mas por hoy, y tu, pequeña, esperame en mi oficina —ordenó.

—ya no tengo cinco años —me cruce de brazos y fui a la oficina. Estaba harta, no suficiente con tener que soportar las miradas mas perversas del universo, ahora tenía que soportar un regaño.

Pocos minutos después, mi padre volvió.

—¿leiste el sobre que te mande a entregar ayer?— ay no.

—no, no lo hice —respondi sin mas.

—bueno, pues después de tu pequeño acto, tuve que negociar por lo menos una semana sin cobrar a cambio de que no dijeran que el hotel era malo, y de que no me cancelarán mi contrato —chillo.

—¿y que quieres que haga? ¿Que me quede a esperar viendo como destrozan todo? No lo voy a permitir, Randall Einar Gibson —no me gustaba llamar a mi padre así, pero a veces era necesario.

—y tu, mi querida Janis Rune Gibson, controla tu voz, puede llevarte a callejones sin salida.

—la lengua es la única arma que puedo portar, así que tomare cartas contra ellos —esto no iba a acabar ahí. —Me las van a pagar.

—no, quiero que te quedes calladita, observando y sonriendo, así te ves mejor, no quiero problemas por tu afilada lengua —me miro a los ojos con cuidado.

—creo que no tienes nada mas que decir, me voy —sali de ahí y me encamine al ascensor.

Si alguien me llamaba en ese instante lo iba a golpear lo mas fuerte que pudiera.

—niña.

Era mas que claro quien era, solo subí al ascensor y espere a que las puertas de metal se cerraran. Una vez no hicieron por fin me puse a pensar.

Deje que la mente me llevará al recuerdo más hermoso que tuviera, a veces eso me ayudaba.

Cuando el ascensor se detuvo, me hice la larga cabellera a un lado y salí.

Me adentre en mi habitación y puse un sencillo de Jimmi Hendrix.

Voodoo Child.

Me recoste y me puse a fumar. Añoraba esos momentos en donde no importaba si hacía las cosas bien o mal, pero estaba descansando.

Hasta que llamaron a la puerta.

—pase —deje a un lado el ejemplar de Rudolph Knoch que estaba leyendo.

—que linda muñequita —ay no otra vez. Tenia que ser una broma de mal gusto.

—sal de aquí —sisee. No quería ver a nadie en ese momento, estaba realmente indispuesta y este maldito aparecía sin mas.

—no quiero, no puedes obligarme — su sonrisa era linda, pero no cuando quería hacerme enojar.

—si no te eche a patadas de aquí —me puse de pie —es porque mi padre te defendió, cariño —dije sarcástica. Aunque a el le brillaron los verdes ojos.

—no creo que me quieras echar a patadas ahora ¿o si, lindura? —me acorralo hasta llegar a la pared.

—quiza no —patee su entrepierna, provocando que se doblara. —fuera.

Salio de ahí tirando maldiciones, pocas veces he escuchado hablar así a alguien. Pobre idiota.

Jimmy

Estaba al borde de cólera.

Esa chica se iba a pudrir en el mismo infierno.

No sabia con quien se estaba metiendo, tan solo estaba jugando conmigo, y ahora pateaba a mi amigo de aventuras.

Pero eso no era suficiente, encima nos íbamos a quedar un mes hospedados ahí.

No habría problema, de no ser porque esa chiquilla se atravesó en mi camino.

Tenia ganas de escucharla decir mi nombre y que me pidiera cada vez mas.

Estaba disfrutando tanto mi fantasía...hasta que Robert irrumpió.

—¿qué quieres ahora? —no estaba en horas de aguantarlo.

—tranquilo, solo venía a traerte esto —abrió mas la puerta y mis ojos se toparon con una chica castaña, no tendría mas de quince años.

—¿de donde has sacado a esta delicia? —tome su mano y la traje hacia mi cuerpo.

—diviertete —cerro la puerta y se fue.

La mire divertido. Extrañaba esa sensación de ser quien dominaba, cosa que aquella chica, Janis, no me permitía, pero esta otra me lo iba a dejar disfrutar.

—¿quieres jugar? —la recoste en la cama a besos.

—si, soy traviesa —sonrió

Y así tuve una noche divertida, la cual incluyó muchos orgasmos.

Extrañaba tanto eso.

Sentirme el rey del mundo, hacer lo que quisiera y cuando quisiera en donde quisiera.

Amaba esa sensación de poder que las groupies me proporcionaban.

Aunque Charlotte, también me lo permitía.

Cada vez mas rápido. Mas glorioso. Y caí de mi lado de la cama.

Retire el condón, bese su frente y le di una despedida.

En cuanto salió, llame a uno de los choferes y le pedí que fuera a la salida del Paradise, que viera a una chica castaña y que la llevara a su casa.

Dormí bastante bien.

Todo el estrés de las horas atrás se había ido.

Una carta para Jimmy PageDonde viven las historias. Descúbrelo ahora