Wayward Daughter. Chapter 4.

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Era espacio vacío lo que por un segundo sentí bajo mis pies, y luego tuve que dar varios pasos al frente para no irme de narices contra el suelo. Casi tropiezo y siento como alguien me sujeta con fuerza del hombro para evitar caer. Abrí los ojos y solté el aire atorado en mis pulmones para luego tomar una posición erguida y recta. Sujete mi bolso al hombro para luego girarme a ver quien fue el que evito mi caída. Parecía un hombre mayor, con ropa en un estilo parecido al de Gabriel a su lado, algo relajado.

—¿Qué fue eso? ¿Dónde estamos?— pregunté con cautela tratando de evitar que el pánico que sentía en mis entrañas escapara por mi boca.

Entre ellos se miraron y luego me miraron.

—Entonces, ¿es ella? ¿Es la última?— dijo el extraño dirigiéndose a Gabriel casi ignorando mi existencia allí, con ellos.

—Sí, me llevó semanas encontrarla. Ella no lleva el mismo apellido que los otros. Ella es una Alexander.— miré a Gabriel tratando de comprender sus palabras pero estaban vacías de significado para mí.

—¿Qué?— dijo el otro tipo que no era Gabriel —Y entonces ¿cómo la encontraste? Y ¿cómo estas seguro de que es ella la última?

—Un hechizo de sangre. Los chicos involuntariamente donaron un poco de su ADN— ambos hombres rieron por una broma que yo no alcanzaba a entender. —El hechizo me llevó a ella. Obvio tuve mis dudas por el apellido hasta que encontré la confirmación que buscaba. En definitiva es ella.

—¿Hola? Sigo aquí. Dejen de hablar de mí como si no estuviera aquí.— dije un poco molesta. —¿De qué demonios están hablando? ¿Hechizos? ¿La última? Y ¿por qué demonios estoy en un maldito garaje de los años setenta?

—¿Siempre ha sido así de histérica?— preguntó el extraño casi en forma de burla.

—No. Esta es la primera vez que la veo así de alterada.— respondió Gabriel calmado, cruzado de brazos esperando que algo pasara.

—¿Quién eres tú?— le pregunté al extraño en voz baja mirándolo con atención. No me respondió e hizo con la mano un ademán de despreocupación.

Rodé los ojos y comencé a ver a mi alrededor. Era un espacio grande para ser un simple garaje, quiero decir esto no era un garaje convencional. Miré unos autos antiguos, unas motocicletas que eran mas que obvio que no se habían movido por lo menos en los últimos veinte años y luego estaba él.

—¿Nene?— dije mirando mi auto. Mi Impala 67, el carro que papá amo con vehemencia que me había heredado a mí, y yo estaba segura de que había dejado atrás y en el estacionamiento de mi edificio. Ahora no entendía porque mi nene estaba aquí. —¿Lo trajiste?— me giré a ver a Gabriel que parecía sorprendido por la pregunta.

—Te digo, Sam, escuché algo en el garaje— escuché una voz siendo amortiguada por la puerta de acero que nos separaba.

Me giré en dirección a la puerta esperando a que el dueño de esa voz vagamente familiar apareciera en mi campo de visión para saber si estaba en peligro o ese hombre era en cierta forma como Gabriel, no precisamente un amigo, pero un aliado. Una cabeza se asomó por la rendija de la puerta entreabierta y cuando me vió sacó de inmediato su arma de la espalda y me apunto con ella. Yo al verme amenazada por el cañon a más de tres metros de distancia de mí saqué mi arma igual apuntando a donde estaba él.

—¿Quién eres tú?— preguntó él mientras yo trataba de reconocer su cara de algún lado. —¿Gabriel? ¿Balthazar? ¿Qué hacen ustedes aquí?

Miré de reojo a Gabriel, él me miró y se encogió de hombros.

—Gabriel, ¿quién es ella?— volvió a insistir el hombre rubio aun con el arma apuntando a mi persona.

Wayward Winchester. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora