El poder del amor

281 8 24
                                    

Aelita.

Terminamos de cenar, ayudamos a recoger los platos y los vaso, y nos sentamos en el sofá bajo la luz ámbar de la lámpara de salón. La televisión la encendíamos poco, así que estaba apagada. El diario de mi madre estaba encima de la mesa y dudé en si agarralo o no. Tenía miedo de lo que pudiera descubrir en esas páginas escritas por mi madre, pero recordé que no teníamos opción. Arropada por mis amigos me dispuse a leerles un nuevo episodio del diario, sintiéndome como mi abuelo con mi madre.

***

Finlandia 1976

Con diecisiete años me dí cuenta de que Waldo se había convertido en alguien muy importante para mí, tanto en lo profesional como en lo laboral. Él se había fijado en que aprendía demasiado rápido y optó por mostrarme su tesis doctoral y algún que otro proyecto que había hecho para para universidad. Además, logró demostrarme su lado más sentimental.

Una mañana, cuando el frío se había calmado optó por llevarme de pic-nic y despejarnos de lo que se nos venía encima. Preparamos la cesta y las mantas necesarias y salimos encaminados al parque más transitado de Helsinki.

El lago aún estaba helado, pero se podía observar que bajo la capa de hielo el agua fluía con normalidad, una de las características físicas del agua. Waldo extendió una de las mantas en la orilla del lado y yo coloqué la cesta en el medio. Me senté de rodillas y fui sacando cada una de las cosas que había preparado para aquel día.

Durante la comida, Waldo me estuvo contando sus años de la infancia y cómo conoció a Lowell y como se hicieron tan buenos amigos. Después de que las dos familias se enteraran que sus dos hijos cursaban la universidad juntos, quedaban todos los domingos para comer y pasar la tarde.

A medida que Waldo crecía Aina y él no se entendían demasiado bien, y estuvo apunto de ser enviado a un internado. Pero graciasa su padre pudo quedarse en casa. Kristoffer confiaba en su hijo y al parecer no le estaba defraudando.

Pero el momento llegó, Waldo dejó de hablarme de él y empezó a preguntarme si sabía porque nos habíamos entendido tan bien. Evadí la pregunta cómo pude pidiéndole que me contara más sobre él. Pero él se centró en lo que quería decir. Después de dar algunos rodeos y ver cómo su piel blanca se sonrojaba bastante, me dí cuenta que se habían enamorado de mí. Analicé la situación, él tenía 29 años, una carrera por delante y un trabajo, yo sólo tenía 17 a punto de cumplir la mayoría de edad. Era una diferencia tan abismal de edad que me daba miedo el estar con él de una forma más íntima, pero luego recordé que no había porqué asustarse de él. Siempre me había cuidado, tratado y entendido como merecía, incluso cuando hablábamos parecía que teníamos la misma edad. No me lo pensé más veces y acepté su propuesta de empezar una nueva vida como pareja junto a él. Eso sí, no dejé que se saliera con la suya y pregunté el por qué del proyecto del ordenador.

Se le tensaron los músculos de la cara, y a pesar de que sabía que no quería contarme nada, conseguí hacerle hablar proponiéndole un trato. Nunca me separaría de él si me contaba todo con pelos y señales. Aceptó pero me pidió que esperar a que llegásemos a casa. No me negué había conseguido demasiado y no podía presionarle más.

Al caer el sol, recogimos todo lo del picnic y regresamos a casa. Se nos olvidó poner la estufa y el frío aún lograba meterse por las paredes de la casa. Estaba completamente helada, en aquella casa tan grande para dos personas. Waldo no dudó en darme su enorme jersey de lana para que me lo pusiera mientras que él prendía la estufa para caldear la estancia. Mientras que la casa entraba en calor, me dispuse a buscar un libro con el que olvidarme un poco del mundo. Pero Waldo no dejó que leyera, me había agarrado por la espalda mientras que buscaba el libro perfecto, el cual leer, y me dio un beso, dejándome completamente inmóvil.

Código Lyoko: The New LifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora