8| El diablo vestido de rojo

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Sostuvo el arma en su mano en todo momento, pateando todo lo que encontraba en el camino. Octavia le echó un vistazo a su hermano que estaba encogido con la pistola en la mano. Los dos se miraron, uno a cada lado de una puerta, hablándose solo con la mirada. Estuvieron en silencio todo el momento, esperando a la señal para entrar.

Escucharon un ligero pitido en sus oídos y lo siguiente que sucedió fue que ambos se miraron entre sí, de un golpe, Octavia echó la puerta abajo y alzó la pistola gritando.

– ¡DPA no se muevan y bajen las armas!

Frente a ella la escena más aterradora para un civil se encontraba recreada. La habitación era más o menos grande y elegante. Las paredes eran de cristal y todas exhibían con esplendor la flamante y reluciente joyería que haría a cualquier mujer gritar de emoción.

La sala estaba casi vacía, pero la aterradora escena estaba frente a ella. No había asaltantes, ni asesinos, ni culpables, solo víctimas.

Cinco personas, todas atadas de manos y de pies, sentadas de rodillas y con una cinta en la boca para que no pudieran hablar. Octavia miró hacia ellos, todos rodeaban un pilar de cristal, hermoso y llamativo, que sostenía una lujosa joya ovalada, del tamaño de vaso de vino, del mismo tono de elegancia, pero esta era una joya sin igual. Era un huevo.

Años atrás, en el siglo 18, un famoso escultor creó esta belleza para una familia adinerada, alguien famoso en esos tiempos. La joya debía representar solo la apariencia, nada más que eso. La joya por décadas fue exhibida en varios lugares hasta que finalmente aquí termino, en la joyería Mckinley, donde las mujeres la miraban como lo más codiciado del lugar y la deseaban como cualquier anillo de compromiso con el diamante más grande de todos. Pero la joya era cara, tenía el mismo valor que todas las joyas de la tienda sumados entre sí y multiplicado por dos. Era... una rareza que pertenecía a un museo y no al hombre más adinerado del mundo.

Y ahí estaba, siendo exhibida en medio de la habitación, donde un líquido rojo carmesí caía a gotas sobre ella, manchando la delicadeza del brillo. Octavia alzó la mirada hacia el techo, justo por encima de la joya, y ahí vio la brutalidad de la naturaleza humana, una mente perdida y destrozada.

Había un hombre colgado, la piel había sido brutalmente desgarrada de todo su cuerpo presentándolo únicamente en carnes al rojo vivo, parecía que lo hubieran despojado de todo para humillarlo, o para demostrarle a las personas, que la ciencia que les enseñan en clases (los esqueletos de los laboratorios de ciencias) están mal y era así como se veía el interior del ser humano.

Estaba ahorcado, pero ella podía adivinar que lo habían matado desde antes o al menos quería creerlo, porque imaginarse que seguía vivo mientras su piel era arrancada y él colgado, era algo que le estremecía visiblemente. En el estómago, pegado con cinta adhesiva había una pequeña caja que marcaba la cuenta atrás desde el número 20, lentamente.

– Hay que sacarlos de aquí para que el equipo pueda entrar a desactivar la bomba – Bellamy dijo rápidamente mientras se paseaba por la habitación buscando a los culpables.

Octavia no dijo nada, sola asintió, y se acercó a las víctimas que se movían exageradamente, como si intentaran advertirla de algo, y ella estaba a punto de cortar las cuerdas, cuando antes de hacerlo pudo ver un pequeño, imperceptible y delicado hilo transparente que parecía estar unido a cada una de las víctimas. Ella miró el hilo y con mucha concentración lo siguió hasta la bomba, justo donde había un botón.

– Tenemos un problema – Ella dijo mientras retrocedía. En sus manos había un pequeño cuchillo, ella lo uso para señalar a las víctimas y luego al hombre colgado en el techo – si los liberamos la bomba se detonará automáticamente

Oscura PesadillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora