29| Caminos que llevan a un misterioso lugar

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Tragó saliva mientras miraba hacia su oponente con temor. La muchacha era bajita, de cabello claro que parecía resplandecer con cada movimiento que hacia mientras esquivaba los ataques de su rival. A simple vista todo lo que había hecho era esquivar, nada más que eso, con gracia y con elegancia, apenas sudando y apenas cansada. Según lo que Gaia le había dicho, la joven estaba luchando a la defensiva a posta para poder acabar el encuentro de un solo golpe tras haber cansado a su rival.

– Si perdemos el encuentro nos harán limpiar todo el gimnasio – Madi murmuró suavemente mirando hacia la chica con cierto temor – ¿Tenemos oportunidad?

– No lo sé – Ella le respondió con el mismo tono – Si puedes conseguir que ella se canse antes que tú lograrás quitarle la cinta de la frente.

– Pero cómo lo hago si ella no está atacando.

– Ese es un problema que hay que resolver pronto – Parecía pensar la muchacha sin dejar de mirar hacia la joven de cabellos rubios que se encontraba compitiendo contra alguien más.

– Está bien, ahora tengo miedo – Ella abrió los ojos con fuerza cuando vio a la joven taclear a su oponente y luego sacarle la cinta roja de la frente. Desvió la mirada con un fuerte gemido que se emitía desde su garganta y luego golpeó su cabeza contra la pared trasera. El silbato del profesor hizo eco en el gimnasio y varios aplausos cantaron una melodía de alabanza y sorpresa ante el combate.

– ¡Los que sigan! – Grito el profesor.

Madi gimió nuevamente, casi quería lanzarse al suelo y aferrarse a una de las barras que se encontraban ahí y no soltarse de estas, si era posible encadenarse era una mejor opción. Sin embargo, pese a sus deseos, ella no opuso resistencia cuando Ethan le dio un apretón en su hombro y le indico acercarse al centro de la pista.

Se posicionaron los tres en fila observando a sus cuatro oponentes de enfrente, del otro lado de la colchoneta de color azul gastado y sudado que se encontraba en el suelo. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal al sentir la mirada molesta de la rubia, casi como siquiera taclearla cien veces, no contra la colchoneta, sino contra el suelo. Por su parte, Ontari, apenas le dirigía la mirada. Parecía ser que después del rechazo la muchacha no había, ni quería, tomar represalias con ella o rencor a diferencia de Charlotte que definitivamente estaba molesta.

Nuevamente el profesor explicó las reglas del encuentro y si no fuera porque el profesor realmente intimidaba, ella habría considerado tedioso que explicara las reglas en cada uno de los encuentros que había. Por cada combate, sin importar si el mismo equipo participaba dos veces seguidas o más, repetía las reglas. Pero un hombre alto, fornido, con algo de músculos, que vestía con una gorra de color azul que tenía la letra A en color blanco, una camiseta blanca ajustada que se ajustaba bien a su cuerpo, el silbato colgando del cuello, short rojos hasta las rodillas, zapatillas blancas con una línea naranja al costado y un reloj en la muñeca, lograba que los menores sintieran miedo hacia su presencia y no dijeran nada en su contra. Lo irónico de todo, es que el profesor no era el típico profesor de gimnasia que gritaba a los alumnos, los hacía sudar como animales y sobre todo tenía un pésimo aliento mientras escupía al hablar. Era una persona amable, pero rígida en cuanto a las reglas. Siempre estaba aconsejando a sus alumnos sobre cómo mejorarse, era severo en cuanto al tiempo de entrenamiento, pero al mismo tiempo era flexible para que a cada chico se adaptara a su tiempo.

Ella realmente no podía ver dónde estaba el ogro pesado que Octavia había descrito cien veces. Raven le había dicho que no tenía alma. Madi se había preparado para lo peor en su primer día de gimnasia, pero encontrarse con este tipo de profesor... wow... fue algo completamente inesperado.

Además, ya hablando del profesor en sí. Él era bastante amigable, tenía una sonrisa en sus labios, era simpático y guapo. De cabello corto color castaño, algo desaliñado, pero con estilo único, ojos claros como un atardecer, de color dorados. Se estremecía ante el suspiro que algunas chicas de su clase daban al verlo a él. Era como si ellas solo asistieran para estar con su profesor favorito, pero eso no tenía por qué ser malo. Al estar distraídas siempre perdían los encuentros.

Oscura PesadillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora