Capítulo 8

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*Narra Tiffany*

¿No se supone que los muertos no sienten? ¿Por qué diablos siento a alguien respirar tan cerca de mi? ¿Será Dios? ¿Estará inspeccionándome? Esta es una gran oportunidad, quiero ver cómo luce.

Abro los ojos de golpe, causando que la persona inspeccionándome se asuste.

-¡Ah!- ¿Por qué grita como mujer? Es él mismo chico de ayer.

¿Será que él es el mismísimo Dios? Con razón llegó cuando más lo necesitaba. Al menos fui al cielo, aunque se siente igual que cuando estaba viva.

-¿Está todo bien?- una enfermera se acerca por el grito qué ha pegado.

Y justamente en ese momento mi depresión vuelve a venir a mi. En serio creí que ahogarme sería la mejor manera de morir. Debo pensar en algo más útil.

-Sí, disculpe que mi amiga se ha asustado.- ¿amiga?¿Desde cuándo soy su amiga? La enfermera se va no muy convencida, ¿quién no? Es más que obvio que él fue quién grito. -Dios, ¿quieres matarme de un infarto?

Ignoro lo que dice y me levanto de la camilla, me mareo por un momento, pero él me detiene de los hombros y me vuelve a sentar.

-Cálmate, no hagas todo a la ligera ¿Cómo te sientes?- dirijo mi vista al suelo, quiero que me deje de ayudar, no quiero que nadie me ayude -Ey, niña.- mueve su mano enfrente de mi cara, sólo lo vuelvo a ignorar -¿Estás en un viaje astral?- Qué idiota cómo si eso existiera -¿Eres muda?

Sí, estúpido, ¿y qué quieres que haga?

Me levanto de la camilla sin marearme y busco la salida. Siento un escalofrío por todo mi cuerpo debido a lo frío del piso. Creo que mis zapatos están en aquel lago. Ni siquiera sé porqué me los quité.

-¡Espera!- escucho que grita, ¿acaso me va a seguir?

Acelero el paso para que eso no suceda, no quiero ver a nadie, sólo quiero llorar.

-¡Niña! Espera- me toma del brazo obligándome a verlo, él se queda sin decir nada sólo viendo a mis ojos -¿Cómo piensas irte en éste estado?- Hay algo llamado pies si no sabías -¿Acaso estás loca?- ruedo los ojos y sigo caminando -Escuchame, estabas apunto de morir, estás enferma y sólo vas caminando por la calle cómo sí nada hubiera pasado ¿no estás consciente de lo que haces?- No digo nada, él me toma de la mano y me da unos papeles -Sí esto quieres, eso tendrás. Ya me cansé de estar rogando- ¡Nunca te pedí que arruinaras mi muerte! -¡Espero nunca verte en mi vida!

Camino lejos de él ¿Quién se cree qué es? Sólo me hubiera dejado que muriera y ya ¿eso es tan difícil? Hacer como si nada hubiera pasado, al igual que todas las personas en toda mi vida.

Por lo que puedo adivinar son las como las seis de la tarde, caminé casi hora y media para llegar a mi casa, mis pies arden de seguro han de estar rojos, no quiero ver cómo se han de haber puesto por la caminata.

Cuando estoy por cruzar la calle, escucho a una niña llorar, está a pocos metros de mi casa con sus piernas a la altura de su pecho, me le acerco para ver qué le pasa.

Ella me voltea a ver con lágrimas en los ojos, nunca la había visto por esta zona.

-¿Me puedes ayudar?- dice entre llantos, pocas veces he interactuado con niños y no me cuesta mucho hablar con ellos, al menos puedo susurrar oraciones largas con ellos. Ellos me transmiten felicidad y ternura.

-Sí.- me arrodillo para quedar a su altura -¿Te duele algo?

Ella niega -Me he perdido.- me abraza, yo le acaricio la espalda, rompemos el abrazo y la volteo a ver.

-Dime ¿te acuerdas del color de tu casita?- ella niega -Ya sé, vamos a caminar y cuando veas tu casita me dices ¿sí?- ella asiente.

Me levanto y ella toma mi mano, empezamos a caminar por las casas de alrededor.

-¿No te duelen?

-¿Doler qué?

-Tus pies.- los señala, volteo a verlos tienen un poco de sangre.

-Oh no, no me duelen, tranquila. Dime ¿alguna de estas casitas se parece a la tuya?- cambio de tema rápidamente.

Niega y baja la cabeza -Quiero a mi hermano.- unas lágrimas se deslizan por sus mejillas.

-No llores.- le abrazo una vez más para calmarla.

-Soy una llorona.- la miro a los ojos rompiendo el abrazo.

-No digas eso ¿Sabes?- ella niega -Sólo las personas valientes lloran frente de los demás.- ella sonríe de lado.

-Te quiero.- le sonrío -¿Cómo te llamas?

-Soy Tif...

-¡Katy! ¡¿Dónde estás?!alguien grita detrás de nosotras, giro y ahí está el hombre que arruinó mi más deseada muerte.

-¡Hermano!

La niña corre llorando y se lanza en los brazos de ese chico, parece que él es su hermano.

Ya han sido tres veces que me he topado con ese tipo en menos de dos días. Ahora resulta que también vive cerca de mí. Aunque nunca los había visto, tal vez son nuevos por aquí. Eso no debería importarme en absoluto.

-Hermano, me perdí.- él la abraza con fuerza, la niña sólo llora, me doy la vuelta dispuesta a irme pero él me llama.

-¡Ey tú!- volteó la cabeza para verlo -Gracias.- susurra pero lo alcanzo a escuchar, yo sólo sonrío y camino de vuelta a mi casa.

Mis llaves estaban en el bolso, mañana lo iré a recoger, si es qué todavía está.

Llego a casa y toco el timbre y se abre inmediatamente. La señora Amelia abre, y no pierde tiempo para tomarme del cabello. Me lleva a mi cuarto y me tira haciendo que caiga al piso y me golpee la cabeza contra la pared.

-¡¿Crees que puedes salir y venir a la hora que quieras?! ¡No permitiré eso en MI casa!- sale a buscar a lo que ya me acostumbré, entra y ahí viene el primer latigazo cerca de mis piernas. El segundo golpea mi brazo, el tercero llega a mi espalda.

Ella continúa hasta que pierdo la cuenta de cuantos me ha dado. Líneas rojas con sangre sobresalen en mi piel. Unas más que otras. En mi brazo yace una cruz de sangre.

Debido a la edad ella buscó otras maneras de hacerme daño sin que fuera tan complicado para ella. Al darme palizas ella quedaba muy cansada, pero sabía que si no me golpeaba casi por horas no serviría como una lección.

Cuando parece que se cansa suelta el látigo y se va cerrando la puerta con llave. Aveces pienso que cuando uno se acostumbra duele menos que la primera vez.

Recuerdo cuando tenia apenas catorce años. No conocía mucho sobre que las marcas en los cigarrillos importaban tanto. Le pague a un señor de la calle para que me comprara una caja de cigarrillos, a cambio de diez dólares por lo que aceptó. La señora Amelia encendió un cigarrillo y al ver que no era el que quería pues quiso apagarlo en mi piel. Luego encontró un látigo y esa fue mi primera vez que sentí como mi cuerpo ardía tanto como si estuviera en el mismo infierno.

Me levanto con mucho dolor y voy a mi closet por el pequeño botiquín que yo he conseguido a escondidas.

Me curo las cicatrices por los latigazos, y me dirijo a mis pies. Tengo un pequeño vidrio incrustado, tomo una camisa vieja y me la pongo en la boca para no hacer ruido, tomo las pinzas y con mucho dolor me saco el vidrio. Debido a que era muy grande, no me había fijado que al lado había otro un poco más pequeño. Repito el proceso mientras lágrimas corren por mis mejillas. Mis ojos se abren de par en par cuando el alcohol se penetra en la herida. Era un ardor horrible, pero que poco a poco cesaba. Deje salir un suspiro cuando terminé de curar ambos pies.

Veo la foto de mamá con papá y la mía con Jay y los abrazo contra mi pecho.

-Los extraño.- susurro -¿Hasta cuándo me van a ayudar? Ayúdenme a salir de este infierno en el que me he metido.

Aquí el último capítulo por hoy. La hermanita de Jay en multimedia.

La voz de tu corazón (#1 Trilogía De Corazones Infelices)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora