Capítulo 10

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El auto de mi padre está parqueado, hoy vino muy temprano. Entro a la casa y lo primero que veo es a mi padre furioso y a la señora Amelia sin expresión. Ambos se voltean a verme cuando escuchan la puerta principal cerrarse.

-¡Me puedes explicar ¿qué hace esto en tu habitación?!- grita mi padre y tira algo al suelo, una prueba de embarazo, abro los ojos sorprendida. -¡¿Crees qué nunca me daría cuenta?!- me toma del brazo y me dirige al auto -¡Sí estás embarazada te juro que te doy por muerta!

Me tira en la parte de atrás del auto y el acelera de una manera feroz, mis ojos se llenan de lágrimas, ¿Cómo puede dudar de mi? Esto estoy segura que es obra de la señora Amelia y Emma.

Creo que se están pasando de la línea. Yo misma me hice una promesa. Estaba bien que esas mujeres se metieran conmigo, no afectaba a nadie más, pero empiezan a meter a mi padre en este tipo de cosas. De otra manera me veré obligada a hablar.

Cuando llegamos mi padre me vuelve a tomar del brazo lastimandome por la fuerza que hace al presionarlo. Pide que me hagan los exámenes de embarazo, me los hacen y la secretaria le dice que estarán listos para mañana.

Regresamos a casa, él no ha dicho ni una palabra en todo el camino, ha de pensar lo peor de mi. Camino detrás de él para entrar a la casa pero antes de que pueda él me detiene. Lo veo a los ojos esperando una respuesta por la acción hecha.

-Hasta que no sepa los resultados, tú no entras a mi casa.- y me cierra la puerta en la cara.

¿En serio me dejará afuera? ¿Mi padre?

Lloro y golpeo unas veces la puerta para que me dejen entrar, pero nadie se inmuta en abrir. Escucho un par de risillas cerca de la ventana, y no cabe duda de que es de Emma. Trato de ignorarla para seguir golpeando con desesperación para que me abran, pero nadie lo hace. Cuando la noche empieza a caer y el frío se presenta, decido rendirme e ir a buscar donde pasar la noche.

No sé si sea buena idea ir, pero no se me ocurre otro lugar en donde pasar.

Camino al patio de la que era casa de Jay, el patio es muy grande y no creo que se den cuenta que hay alguien ahí vagabundeando en el patio trasero.

Unas pequeñas gotas de agua caen en mi nariz, alzo la vista al cielo para confirmar de que está lloviendo, y si no me apresuro quedaré empapada y con olor a gato mojado.

Cuando yo tenía seis y Jay tenía nueve, decidimos construir una pequeña casa de árbol, aunque nuestros padres hicieron la mayoría del trabajo, ahí pasábamos la mayor parte de nuestro verano. Jugando, hablando, haciendo tonterías, era un buen lugar para estar acompañada de amigos.

Me subo y cuando entro todo es tan acogedor, no había venido desde que tenía diez, no ha cambiado nada, todo está como lo dejamos hace más de quince años. Aunque ahora se siente más pequeño.

Jay y yo queríamos comernos al mundo entero, porque parecía tan fácil de hacer y de manipular. Me preguntaba de pequeña porqué los adultos vivían estresados, amargados, con poca energía. La vida me hizo sentir todos esos sentimientos y más a una corta edad, todos al mismo tiempo. Ahora admiro a todos aquellos que la paz han encontrado, no es fácil encontrarla en un mundo tan cruel.

Me siento y tomo una caja, donde guardabamos nuestras fotos más vergonzosas para revisarlas cada vez que queríamos reírnos. Abro la caja y ahí está un Jay de tres años en la bañera enseñando sus pompis, vaya que es vergonzosa, me río un poco sin hacer tanto ruido.

"¿No había un lugar más vergonzoso dónde tomar la foto?"

Inconscientemente sale un suspiro de mi ser cuando la voz de aquel niño suena en mi mente, como si estuviera al lado mío.

La voz de tu corazón (#1 Trilogía De Corazones Infelices)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora