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Me desperté y tenía sangre seca en todo mi ante brazo, me dolía la cabeza los ojos estaban hinchados. Al pararme de la cama sentí mareos, ya estaba acostumbrada a esa sensación. Me bañe y me vestí, me puse un pantalón negro, un top azul y una camisa a cuadros abierta, agarré mis zapatillas y baje las escaleras.

En la cocina estaban mi hermano y mi madre, los ignore, me iban a obligar a desayunar y no quería empezar otra pelea con ellos, ya tenía suficiente. Solamente tomé mi mochila y me fui. No quería ir a la escuela, pero ya no podía faltar, no quería perder otro año, así que fui. Todavía faltaba media hora para entrar, por lo que me senté en el pasto a fumar, lo arme y fume lo último de porro que me quedaba, iba a ser la única forma como para pasar ese día. No me esperaba verlo, casi nunca iba, pero ese día apareció en la escuela, lo hacía al propósito.

Lo vi acercarse, tan petulante como siempre, seguramente ni recuerda lo que pasó la noche anterior, pero por suerte sonó la campana así que entré a clases ignorándolo por completo. No paso mucho, la misma mierda de siempre, las horas parecieron eternas.

Al finalizar las clases nos fuimos al comedor con Ámbar, la única persona a la que consideraba una amiga y una de las pocas personas en la cual confiaba. Estábamos hablando cosas triviales cuando sentí una mano en mi hombro y un paquete de galletitas caer adelante de mí, al darme vuelta lo vi, con sus característicos ojos rojos, achinados impidiendo ver sus ojos verdes, esos que tan loca me volvían. Se notaba que había estado fumando.

Se sentó al lado mío como si nada.

-Come, seguramente no desayunaste, así que come porque no quiero verte desmayada por ahí- me dijo con su típica voz arrogante, como odiaba que conozca todos mis malditos hábitos.

Simplemente me levanté de la mesa y me dirigí a la salida que estaba al otro lado del edificio, en camino hacia la puerta sentí sus pasos detrás de mi siguiéndome, intente acelerar el paso, pero agarró mis muñecas impidiéndomelo sin poder evitar quejarme, al ver mi mueca de dolor levanto mis mangas y vio las marcas, me miro a los ojos y tenía una mirada de decepción, aunque no dijo nada. Con brusquedad me solté de su agarré.

-Por favor, hablemos. - solamente lo mire por unos segundos, no teníamos nada de qué hablar.

-No, ahora no puedo, déjame tranquila. - le respondí y seguí mi camino, ya no quería verlo.

Estando afuera saque un cigarrillo y lo encendí, camine o más bien corrí hasta la playa y me quedé ahí, viendo las olas. Amaba el mar, es tan bonito como peligroso. 

Pitada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora