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-¿Y cuando me vas a aceptar un trago?

-Decime que queres, y te lo preparo. - dije guiñándole el ojo.

-Dale linda, una cita, nada más.

-Eso no va a pasar, Luke. - y volví a lo mío.

Ya había pasado un mes y unas semanas desde que me había venido con Ámbar, por suerte conseguí trabajo como bartender a los pocos días de haber llegado. La paga me alcanzaba para bastante contando las propinas, aunque Ámbar se negaba, pague algunas de las cuentas, como por ejemplo la boleta de luz a la cual ella estaba atrasada y nos partimos los gastos de comida, entre otras cosas.

Ahora me encontraba trabajando, y hablando con uno de los amigos de Am ya que había muy poca gente, solamente algunas mesas y 4 personas al rededor de la barra. Luke, era un chico bajito muy simpático y seguro de sí mismo, desde que me conoció empezó a insistir conmigo, y aunque me negué todas las veces, él no se rendía, convencido de que su encanto me iba a hacer caer, o eso decía. Mas allá de eso, me hacía reír muchísimo, me daba mucha gracia sus ocurrencias frecuentes.

Ahora ya no dormía en un sofá común, habíamos comprado uno de los que se vuelve cama, la verdad era muy cómodo y descansaba mejor de lo que lo haría toda doblada en un sillón de los normales.

Frecuentemente hablaba con los mellizos y Nick, con Tyler también, pero eso empezó a ser así hace unas semanas. A los pocos días de haber llegado, decide llamarlos para contarles la situación. Todos lo habían tomado bien, excepto Tyler, insistía en que volviera, alegando que me podía ayudar a solucionar las cosas y que no había hecho falta que me vaya de esa forma, dejándolo sin ni siquiera despedirme. Por así decirlo, él necesito un poco de tiempo para entenderme.

Con respecto a él, no hay mucho que decir, todos los días me llamaba, pero nunca las conteste. ¿Por qué lo hacía? El, seguramente, estaría con Gabriela a su lado, ya no me necesitaba, me había cambiado, igual que mi padre.

Mi padre, para decir la verdad la palabra le quedaba muy grande, él había elegido a otra familia delante de la mía, nosotros no le importábamos y ya me había quedado claro. Decidí no contarle nada a mi madre respecto a eso, la destrozaría y no podía hacerle eso a ella. A veces, se es más feliz en la ignorancia.   

Aunque lo niegue frente a mis amigos, todavía me duele, pero eso lo guarda solamente para mí. Durante los días me mostraba feliz, sonriente, como si nada me pasara. Pero al caer la noche, en las que no trabajaba ni mantenía mi mente ocupada, todo cambia rotundamente. Estaba en un pozo sin salida. Pareciera que esa persona que había estado bien en la luz del sol dejara de existir, como si la oscuridad la consumiera.

Mi rostro había olvidado lo que eran las sonrisas auténticas, todas eran fingidas. ¿Qué era reírse hasta que te duela la panza?

Era como si fuera dos personas, había dos yo dentro de mí, y no me gustaba la que me dominaba.

Había perdido la cuenta de con cuantos pibes me acosté, solamente los utilizaba como distracción, para mantener mi mente ocupada y no pensar ni en mi padre ni en él, para llenar un rato algo vacío. Pero al terminar eso no servía de nada, los desechaba. Y me quedaba sumergida en la oscuridad de las cuatro paredes del baño.

Justo en ese momento empezó a sonar mi celular, mire la pantalla y un número demasiado familiar apareció, lo mire por unos instantes antes de deslizar la opción de 'rechazar llamada'. Acto seguido, llego un mensaje, avisando de un nuevo mensaje de voz de él. Eso ya se había vuelto una rutina.

-Hola linda, ¿me preparas un gancia?- hablo un peli negro bastante lindo del otro lado de la barra, sacándome de mis pensamientos.

-¿Eh?- dije sin entender, hasta que caí de vuelta a la situación en la que me encontraba- Si, disculpa, ya te lo hago.

Pitada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora