030|Una agradable visita.

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Más tarde cuando hemos terminado de cenar, estoy afuera tomando aire fresco ya que no he salido y no he asomado la cabeza fuera en todo el día, excepto en la mañana claro, que bastante aire en mis pulmones entraron.

Busco a Gaspar por todo el jardín para ir dentro ya, veo su colita detrás de un arbusto moviéndose de un lado a otro frenéticamente, pero luego, me doy cuenta de que no es la de él cuándo una perrita de su misma raza sólo que un poco más pequeña que él, sale de su escondite. Empiezan a corretear por todo el jardín, me divierte verlos jugar.

Cuándo ya me cansé de insistir a Gaspar que entre a casa, me rindo y voy de nuevo a mi habitación. Él tiene una nueva amiga.

Acomodo las almohadas en la cama y me siento a leer con las piernas estiradas, pero al cabo de unos minutos no puedo concentrarme en mi lectura y dejo el libro en mi mesita de luz, no sé que hacer. Hasta que veo el pequeño cajón, y pienso en Daniel.

Lo abro y busco sus notas que deben estar aquí, las encuentro amontonadas y las distribuyo los seis pequeños papeles sobre la cama, escojo una al azar y leo la bonita letra escrita.

"No es bueno llegar tarde en apenas tu primera semana. Te aconsejaría que vengas con tus amigos en su auto.

Pd: Ah, y que le des de comer a tu cachorro, no se vaya a comer mi nota "

Frunzo el ceño al leer esa frase "con tus amigos en su auto" Claro que conocía a Elías en ese entonces. Si bien recuerdo creo que esta nota fué la número dos, así que tomo un lápiz y dibujo un número dos detrás de ella.

"Perdón por mi torpeza bella mujer de cabello loco, esta vez ya no irá en la cabeza.

Bienvenida a la ciudad de Monteado y al Instituto Forest"

Cómo olvidarme de la primera nota y de ese momento, que ahora mismo se reproduce en mi cabeza. Creo que hasta fué divertido como empezó todo esto.

Los ladridos de Gaspar o más bien lloriqueos, me alarman. Porque esos lloriqueos sólo los hace a alguién a quién se alegra de ver, estiro mi cuello en dirección a la ventana que está abierta para averiguar quién es, hasta que siento como caigo y no me puedo contener, instintivamente me impulso con mis brazos lo que aminora la caída. Estoy riendo por mi torpeza, ya van dos caídas en el día, me llevo la palma de mi mano a la boca para no despertar a nadie con mis risas.

Hasta que me levanto y, cojeando voy a la ventana hasta apoyarme en ella y echar vistazo.

Hablando del rey de Roma, frunzo el ceño al ver al chico dar caricias en la cabeza a Gaspar, él le salta y da lengüetazos.

—¿Pero qué? ¿Que se supone...?

Trato de hablar despacio pero el chico me oye y levanta la vista hacia mi ventana, Gaspar me ve y ladra, pero el trata de calmarlo. Se lleva el dedo índice a la boca haciéndome una seña para que no me alarmara y despertara a todo el barrio con este intruso en mi jardín. ¿Que hace Daniel aquí? ¡Y muy amigo de Gaspar, claro!

—¿Que haces aquí? — Pregunto tratando de no hablar tan fuerte.

—¡Que maleducada! ¿No vas a invitar a pasar a quién te salvó hoy del medio de la calle? — Me mira y pone los brazos en jarra.

—¿Para qué o qué? — Digo alzando una ceja y cruzándome de brazos.

—No lo sé—contesta rascandose la nuca—. Sólo quería saber como estabas.

—Bien. — Curvo los labios en una muy fingida sonrisa.

—Bueno, ya me iré ¡amargada! — dice rodando los ojos y dando media vuelta para irse. Camina hacia la valla que lógicamente ha cruzado.

—¡Oye! —exclamo cuándo está a punto de irse—. ¿Que piensas? ¿trepar hasta mi ventana como en las películas?

—No si me abres la puerta — dice encogiendose de hombros.

—Pues ve — digo entre dientes y señalo en dirección hacia la puerta del jardín.

Abro la puerta de mi cuarto cuidadosamente, cruzo el pasillo oscuro y bajo las escaleras, cuando estoy abajo me dirijo hacia la puerta y le saco la tranca, también la desllaveo, porque esta casa tiene puerta muy seguras pero vallas muy peligrosas que cualquier intruso—como Daniel— podría saltar fácilmente y nadie se daría cuenta, y más si tu perro se acuerda que le dió de comer y pizza algún día y se hace su amigo.

Cuando abro la puerta Daniel está parado con una sonrisa de oreja a oreja con una rosa en una mano. Río al verlo y la tomo.

—Es la rosa de mi madre.

—Casi me pincha una espina — dice sonriendome, le devuelvo la sonrisa y me fijo en sus ojos, brillan en la poca luz que hay.

—Eh, bueno ¿vas a entrar o qué? — corto la tensión del momento en que nos mirábamos fijamente sin dejar de sonreír.

Subimos a mi habitación sin ser descubiertos, cierro la puerta con llave por cualquier cosa y cuando volteo está parado con mi celular en la mano, a este se le ilumina la pantalla y no deja de vibrar.

—Dice Chris.

Voy hasta el y le arrebato el celular de las manos para volverlo a dejar en donde estaba.

—Mejor no — hago una mueca y me siento en la mullida cama.

Le señalo una pequeña silla y él la acerca a mi cama para luego sentarse.

—Te ves mucho mejor.

—Lo estoy, mi madre ha llamado a un médico en cuanto me vió llegar así — Explico señalando mi pierna.

—¿Ella es muy protectora?

—Digamos que se preocupa por mí. Digamos que... Sí.

Él sonríe, asiente y se cruza de brazos.

—No quiero ser, bueno no quiero que, que te lo tomes a mal—digo nerviosa y agarro una pequeña almohada para ponerla sobre mí regazo—. Pero, ¿A que se debe tu visita?

—Vine a explicarte todo. ¿No era lo que querías?

—Sí, pero esperaba que no lo sé, me enviaras un mensaje, quedemos en un lugar, que me enviaras una nota.

—No pude resistirme —dice suspirando—. Estaba aburrido y, además no dejo de pensar en tí — frunce el ceño, y al oír su sinceridad mí corazón se estremece y mí rostro agradece que no haya tanta luz aquí.

—Sentí que si ya nos conocemos, debemos aprovechar todo esto. Mírate, con una pierna herida, han pasado muchas cosas para que llegáramos hasta aquí.

—Lo sé, y con un castigo de parte de mi Padre —suspiro y estrujo la almohada con mis dedos—. Me prohibieron salir de casa hasta que no me haya curado totalmente, o me quitarán la bicicleta.

—Vaya... Creo que estoy de acuerdo.

De todas formas si me enviabas un mensaje, no podría salir.

—Por eso vine hasta tu casa.

—Tú siempre lo sabes todo —pongo los ojos en blanco, y cuándo caigo en la cuenta de lo que he dicho abro los ojos bien grandes, si que tengo razón él siempre lo sabe todo—. ¿Por qué? ¿Por qué siempre lo sabes todo?

—Eso sería difícil de explicar y, y no me creerías.

—Pero a eso viniste ¿no?

—Oye ¿te parece si nos acercamos un poco más? Ya hemos estado bastante cerca así que... No veo porque incomodarte — dice encongiéndose de hombros.

Recuerdo el día de la fiesta de disfraces, en como bailamos juntos y lo que pasó cuando fuimos al baño. Me da mucha vergüenza, y si pudiera retroceder el tiempo, desearía que eso no hubiera pasado.

Tiro las pequeñas almohadas al piso mientras que él me observa raro, luego me deslizo desde la cama hasta el piso hasta quedar sentada en la misma posición anterior, lo llamo dando toquecitos a mi lado y él se acerca a mí.

—¿Está bien así? — Pregunto cuándo ya estamos sentados

—Tal vez te reirás y te parezca un poco loco pero, tengo visiones — dice mirándome fijamente.

El chico del periódico | PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora