038|Sunflower.

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Desperté por el sonido de un golpe, al parecer una puerta cerrándose. La claridad me encandiló por unos segundos, me llevé las manos a los ojos y froté suavemente.

—Hola, el hotel tiene desayuno gratis y pensé que podríamos desayunar y luego irnos —Daniel dejó una bandeja con muchas cosas en ella sobre la cama—. Y tu ropa ya está lista.

Claro, él ya estaba completamente vestido.

—Hola, uhm, bueno gracias — dije y agarré una tostada, había café, mantequilla, mermelada y jugo de naranja.

—¿Cómo dormiste? — preguntó sentándose a mi lado.

—Con los ojos cerrados ¿Y tú? — respondí masticando mi tostada, él se carcajeó.

—Me refería a si dormiste bien.

—Si ¿y tú?

—Alguién subió su pierna encima mío toda la noche, pero bien —asintió

—Oh, lo siento, si soy de hacer eso.

—No me molestó.

—¿Que hora es? — pregunté

—Las nueve y media.

—Vaya, es tarde.

—¿Aún quieres ir a casa de mi abuela?

—Sí, en cuánto acabe — Asentí.

Acabé mi desayuno diez minutos después y luego emprendimos camino hacia esa casa muy bonita que ayer me había enseñado.

No tenía noticias de Richard, lo que me parecía bastante extraño, pero no me quería imaginar lo que me esperaba al poner un pié en esa casa así que traté de no darle tanta importancia.

Llegamos muy rápido, observaba maravillada los girasoles que habían por todas partes, en hectáreas muy largas en la entrada de la casa.

Cuando estacionamos el auto, una mujer de unos sesenta años salió de la casa, tenía algo de canas pero era muy bella.

—Pero miren a quién tenemos aquí — dijo limpiandose las manos con el delantal que llevaba puesto, al parecer estaba cocinando algo.

—Abuela — saludó Daniel y se fundieron en un abrazo muy tierno.

—¿A qué muchacha tan bonita trajiste contigo? — preguntó mirándome

—Ella es Priscila, una amiga

—Que lindo nombre Priscila, un gusto soy Carla — saludó con dos besos en mis mejillas, luego me dió un abrazo que no esperaba.

—Pasen, estoy haciendo tarta — sonrió

Miré a Daniel, él sonrió e hizo un ademán con la cabeza para que siguiéramos a su abuela. La casa era amarilla y era toda de madera, muy grande pero acogedora.

Nos ofreció asiento en la cocina, el aroma de la tarta invadía todo el lugar al parecer era de fresas.

—Se  me antojó ponerme a cocinar una tarta de fresas—confirmó—. Es tu favorita y mira derrepente te tengo aquí ¿Despues de cuánto?

—No ha pasado mucho tiempo abuela, sólo fue hace dos sábados.

—Pero si es por mí quiero que vengas todos los fines de semana.

—Lo sé, pero tampoco puedo dejar solo a mi padre.

—¿Cómo está él y Nico?

—Bien, siempre bien.

El chico del periódico | PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora