Incógnito total

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Al fin llegó el viernes. Tras una semana un tanto dura por las clases en la academia y los cambios que he llevado en ésta, me voy a Sevilla con Marc. Durante estos días he informado a mis alumnos y alumnas que la semana que viene van a contar con una profesora más, que la primera semana compartirá la clase conmigo para después crear un grupo específico para ella, dejándome así un poco más libre a mí. Sigo dándole vueltas a esto, pero lo necesito. Son dos clases cada día, de dos horas cada una, después de entrenar todas las mañanas. No podía seguir con este ritmo, porque mis músculos ya me estaban pidiendo un descanso. Así que contacté con una de mis compañeras de la academia en Madrid, que sabía que hacía bolos de vez en cuando en algunas provincias y que no tenía un trabajo fijo. Aceptó encantada.

Y aun con todo mi cansancio, hoy viernes, a las 5:30 estoy despierta, porque el tren tiene una hora tan tan buena de salida (6:40) que me obliga a despertarme a esa hora, dando gracias también por haber hecho la maleta ayer con tiempo, porque si no es que ni hubiera dormido.

Me levanté con cuidado de no hacer mucho ruido para no despertar a mis padres, fui al baño y volví para cambiarme. Unos vaqueros claros y una camisa roja. Cogí a última hora, por si acaso, una chaqueta, aunque esperaba que en Sevilla hiciera calorcito. Revisé que estuviera todo: la ropa más esencial, las pastillas, las llaves del piso de Sevilla y ya está, lo demás se me podría olvidar que no me moriría.

Bajé las escaleras con la maleta cogida en peso para que no hiciera ruido, pero cuando llegué a la planta de abajo la solté rápidamente por el susto que me llevé al ver a alguien de pie junto a la puerta.

- ¡Papá! ¡Por favor qué susto! ¿Qué haces ahí?

- Buenos días a ti también- respondió acercándose a mí y dándome un abrazo- te llevo a la estación.

- Ya te dije anoche que no hacía falta. Es muy temprano y deberías dormir.

- Te pareces a tu madre- sonrió- venga. No voy a dejar que vayas sola. Y así no dejas el coche allí por la estación. Te llevo en el mío.

- Vale, cabezota- abrí la puerta y él me siguió cogiendo las llaves del coche.

Metí la maleta en el maletero y me senté en el asiento del copiloto. Aún no me acostumbro al olor de este coche, porque no he vivido nada aquí que sea emocionante. Me gustaba el olor del otro coche, en el que hacíamos los viajes, donde íbamos de una ciudad a otra sin mirar el calendario y donde siempre me peleaba con mi hermano por ver quién ocupaba más espacio atrás.

- ¿Llevas las llaves del piso?

- Sí, las he guardado en el bolso y lo he revisado más de una vez.

- Supongo que ya no debería decírtelo, eres mayorcita- lo miré con cara de preocupación, porque no imaginaba qué me quería decir exactamente- pero tened cuidado- y sonreí.

- Y pasadlo bien- lo imité acordándome de cuando me decía esto siempre antes de salir a algún sitio.

- Eso por supuesto. Pero confío en que sí que lo pasaréis bien. Aina, me alegro mucho de que hayas tomado la decisión de estar con él.

- ¿Por qué? Todos me decís que os alegráis y que he hecho bien...pero a mí me costó mucho verlo.

- Porque entre vosotros se notaba algo desde el día que almorzásteis en casa.

- Que va, papá. Yo ahí no sentía nada por él- respondí intentando acordarme de si realmente era así.

- No lo sentirías, pero ya había una conexión por ahí. Y tu madre y yo la captamos al vuelo. Pero lo que quiero decirte es que aprovechéis el tiempo que tenéis juntos. Tú sabes que serán pocas las ocasiones que tendréis así- lo sabía sí, aunque no quería pensar mucho en ello.

No me pidas más (Marc Márquez)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora