Capítulo 55 ┋ Catarsis.

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Hubo muchos momentos en mi vida que me definieron como persona, que me hicieron madurar, que me hicieron cambiar en todos los sentidos. También hubieron momentos que me hicieron voltear a ver hacía dónde me estaba dirigiendo, y cuando estaba tropezando. Hubo días en los que no podía evitar preguntarme que me estaba pasando, que es lo que estaba haciendo, que si mis decisiones están bien, o están mal. Que si me estoy lastimando, si estoy lastimando a otros. Que si es valiente levantarme por las mañanas, así aunque el cuerpo me duela y el alma me llore. O es más valiente acostarme, sabiendo que es lo que necesito por más que no me haga bien a mí. No, no es de valiente. Valiente, ser fuerte, es salir de la cama y volver a intentarlo, por más que tus huesos se agrieten y se destrocen con cada mínimo paso que das. Es de guerrera —como decía Franco— destrozar el cristal de tu corazón y reforzarlo de hierro para evitar que se vuelva a romper en un nuevo fracaso de la vida. Y que las lágrimas que deje caer no son más que una muestra de humanidad, no está mal llorar, está mal contenerse y dejar pudrirlo en tu interior. No está mal agachar la cabeza cuando sientas que ya no puedes más. No está mal tirar la espada al suelo, lo que está mal es no volver a levantarlo y seguir luchando.

Porque él decía que la vida es una guerra, una fría guerra en la que todos somos nuestros propios guerreros, nosotros somos los únicos que nos vamos a defender a muerte. Que la vida puede ser un subir y bajar de emociones, un torbellinos de sensaciones. Que lo único que nos salve de la inestabilidad, del caos, de la locura, de la perdida de cordura, vamos a ser nosotros mismos y nuestras ganas de no bajar los brazos. Que lo que nos libere de la catarsis será cada rastro de humanidad que conservemos en nuestro interior.

Yo me deje hundir por la depresión, y aún lo hago, no es fácil liberarse de eso. De un día al otro no vamos a estar mejor, felices, como si nada hubiera pasado. No dejo de ver gris a mi alrededor, no puedo evitar abrir mis ojos pesados, cansados, rojos, pegados en lágrimas y en falta de sueño, sin evitar pensar: «Otro día más.» con mucho dolor y tristeza. Sí, otro día más. Otro día sin verlo, otro día de tener que aceptar que él ya no está conmigo. Otro día en que tendré que recordar que ya no debo ir más al hospital para visitarlo, para llevarlo a pasear, para que me cuente sus sueños y sus pensamientos. Otro día más, en el que ya no lloro mientras él duerme, pensando en que haré cuando ya no este, si no que lloro sabiendo que ya no está. Y de eso se trata, de armarme de valor y pensar en que tendré que seguir, pero, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo hacerlo, si todo el tiempo veo que las paredes se derrumban, el color se cae, lo que era rosa, ahora es gris, que ya no se distinguir de cuando estoy despierta, y de cuando estoy dormida.

La depresión es sentir que una parte de ti se hunde, se pierde, se ahoga, y ya no vuelve a tener sentido. Es pensar: ¿Para qué? Sí total va a ser lo mismo. ¿Para qué? Sí total nada va a cambiar. ¿Para qué? Sí total él ya no está. ¿Para qué? Sí total es un día más. Me defraudo a mí misma, pero sobre todas las cosas, lo defraudo a su recuerdo. Para mí, en mí, la depresión es sentir que estoy en un laberinto sin salida, al borde de mi cama deshecha, con mis ganas deshechas, con los ojos abiertos, mojados y cansados por no encontrar un motivo para cerrarlos. Y cuando lo cierro, es no encontrar el motivo para abrirlos. ¿Para qué abrirlos? Sí total no lo voy a ver a él. El dolor de perderlo, para mí, es sentir el frío más cortante en todo rastro de calidez que nunca me reconforta.

La psicóloga, ante mí, me mira expectante, escuchando cada una de mis palabras, analizando cada mínimo detalle de mi acciones nerviosas. No intente suicidarme, intente solo canalizar el dolor que siento. Intente encontrar la puerta de este laberinto que parecía no tener salida. Pero no funcionó, sigo sintiendo dolor, y ahora no puedo recordar absolutamente nada de esa noche en que fui a emborracharme. Solo recuerdo haber entrado, y lo próximo es haber despertado en este hospital.

La escucho suspirar, dejando el bolígrafo sobre su cuaderno en un débil golpe, que es lo único que se escucha entre nosotras.

—Y cuéntame, Magali, ¿Qué piensas hacer hoy que por fin te darán el alta luego de una semana? —ella me pregunta, muy relajada. Yo también parezco relajada, pero por dentro estoy enloqueciendo en sensaciones.

INFERNAL © ┋ ¿En quién confías? [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora