Capítulo 70 ┋ Infernal.

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Hay momentos en la vida que nos congelan, que nos dejan paralizados, que pareciera que podemos sentir como el tiempo se detuvo y ya nada avanza. Que solo somos estatuas en medio de una tormenta que arrasa con todo lo que tenemos a nuestro alrededor, e incluso con nosotros mismos, pero no podemos movernos, no podemos gritar, ni llorar, ni hacer algo mínimo para detener el caos. El dolor que se llega a experimentar con la perdida de alguien puede sobrepasar los límites de lo infernal, de lo horriblemente destructivo. Porque no hay nada que puedas hacer para evitarlo. De eso se trata. De sentir que esa persona se alejó, se fue para siempre, y no hay nada que puedas hacer para detenerlo, para regresar el tiempo atrás, y sabes que es así, y es infernal, y es caótico.

Porque nadie, nada, te prepara para el golpe de que, en un segundo al otro, ya no ver a esa persona con la que hasta hace un instante atrás te estabas sonriendo mientras lo mirabas a los ojos. Y así se va. Se esfuma. Y te dicen que lo aceptes, que lo superes, que de eso se trata la vida y que tienes que seguir adelante. ¿Por qué? ¿Cómo aceptar algo así? ¿Cómo se puede estar listo para perder a alguien que en ningún momento creíste que se iría?

Porque ahora me doy cuenta de los riesgos que cometo en mi vida. De cómo un absurdo e inútil impulso de no pensar con claridad me hace perder a las personas de mi entorno. Y ya estoy cansada de sentir la húmeda sangre en mis manos de todas las personas que pasaron por mi camino.

Paralizada. Así me encuentro. Y mientras todo arrasa y recae sobre mí, yo no puedo mover un solo músculo ante la impresión que estoy experimentando. Entonces levanto la vista del rostro de Alex, y dirigiéndola al final del callejón, veo como oficiales se tiran sobre el cuerpo del atacante, derribándolo, dejando que sus ojos encuentren los míos: Clara. Vestida con un uniforme policial, con el cabello recogido en un moño improvisado y el rostro desencajado cuando me mira. Como pérdida. Muerta en vida.

Y es infernal.

• • •

Liam abre la puerta del departamento y me deja ingresar a mi primera. Lo hago en completo silencio, y todo está tal cuál como lo dejamos la última vez que estuvimos aquí hace dos días, antes del asesinato de Alex. Luego de eso, nos retuvieron a ambos. No me dieron tiempo ni de procesar sobre dónde estoy y como me siento.

Escucho como Liam deja las llaves sobre la mesita y un suspiro de su parte que se pierde en el aire. Con las manos en mis bolsillos, enmudecida, me dirijo a la habitación temporal. Pero lo escucho hablar:

—Magali... —dice, como si me estuviera rogando algo, pero como quien se deja llevar por algo desconocido, abro la puerta de la habitación y, sin decir nada ni voltear a mirarlo, la cierro a mi espalda y me pego a la madera, permitiéndome a mí misma estar en una soledad insuficiente.

Entonces el ataque comienza. Primero puedo sentir como mis pulmones se cierran, al igual que mi garganta, como mi pecho se hincha y se acelera. Mis manos, mis piernas, mi cuerpo por completo comienzan a temblar y me agarró la cabeza con las manos. Algo me grita. Gritos rugen con furia en mis oídos. Primero caliente, después frío, caliente nuevamente y mi cuerpo se congela. Me dejó caer al suelo y me siento a morir, a desmayarme en cualquier momento. Quiero vomitar. No, quiero respirar. Quiero respirar y no consigo hacerlo.

Me tomo el pecho con las manos y busco gritar, pero ni una sola palabra, ni un solo ruido se escapa de mi boca. Las lágrimas caen de mis ojos y me pierdo. Las paredes a mis costados comienzan a temblar, a derrumbarse sobre mí, y siento que me voy a morir. Hasta que me desmayo.

• • •

El síndrome de Estocolmo es un estado psicológico cuando una víctima desarrolla cierta complicidad, obsesión, e incluso enamoramiento destructivo hacia su victimario. Esa persona haría lo que fuera por su atacante; se lastimaría a sí mismo o incluso a otras personas. Se convertiría en su cómplice, en su marioneta, en su muñeco que, incluso con el psicópata encerrado y custodiado por miles de personas, esa víctima seguiría siendo controlada por él, dentro de su propia cabeza. Con su voz sonando en cada rincón de su psiquis, ordenándole a hacer cosas, así, aunque no quiera. Porque la mente del ser humano puede llegar a ser tan débil y vulnerable, que, incluso estando sola, aún seguiría siendo controlable, manipulable.

INFERNAL © ┋ ¿En quién confías? [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora