Capítulo 50 ┋ Vorágine. (+18)

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Abro mis ojos lentamente, sintiendo un gran alivio en mi cuerpo. Estiro mis extremidades, y puedo escuchar el agradable sonido de mis huesos crujiendo. Muevo las palmas de mis manos sobre la cama, buscando algo que mi mente desconoce, y en ese momento me doy cuenta de que lo busco a Liam, y él no está. Enfocando mi vista, miro a través de la ventana notando que todavía la oscuridad de una larga noche cubre la ciudad. Viendo en el reloj sobre la mesita de Liam, descubro que son las cinco y media de la mañana. Pienso en que quizás deba estar en el baño, pero noto que la puerta se encuentra entre abierta y la luz apagada.

Inspeccionando el suelo de su habitación, me doy cuenta de que mi ropa y la suya no están por ningún lado, pero sobre los pies de la cama, en la que me encuentro acostada, descansa una camisa blanca, perfectamente acomodada. Sonrío al pensar en que quizás él la dejó ahí para mí. Cuando la tomo, abajo de ella se cae su ropa interior. Me visto con ambas prendas y revuelvo mi corto cabello con mis dedos, intentando arreglar lo imposible.

Saliendo de su habitación, los pasillos están desolados, oscuros, pero la calidez y su perfume se mantienen en cada rincón. Llego a la cocina y ahí lo veo, desnudo de la cintura para arriba, con el cabello revuelto y la mirada iluminada, siempre con una sonrisa en sus labios. Está preparando algo que desconozco, pero el aroma que desprende me revuelve el estómago de manera desagradable.

—¿Estás asando carne? —él se sobresalta un poco, y llego a notarlo aunque intenté ocultarlo.

—Cerdo, para ser más específico. —me guiña el ojo y yo alzo una ceja, con desaprobación. Él borra la sonrisa que llevaba en sus labios—. ¿Qué? ¿No te gusta?

—¿Cerdo a las cinco de la mañana? —pregunto, disgustada. ¿Qué clase de persona come cerdo a estás horas?—. Además, no creas que comeré eso, soy vegetariana.

Me acerco a su encuentro, recargando mis codos sobre la gran mesada de la cocina. Siempre manteniendo el espacio para no oler eso que está haciendo. En su rostro puedo ver lo desilusionado que se encuentra.

—Eres mala. —se queja, apagando el fuego para poner el cerdo en un plato y dejarlo en un costado—. Yo queriendo hacer algo lindo y me rompes las ilusiones.

Doy la vuelta, posicionando mi cuerpo frente al suyo, pegando la parte baja de mi espalda al borde de la mesada. Entrelazo mis brazos alrededor de su cuello, acercando mi rostro al suyo. Puedo escuchar los latidos enloquecidos de su corazón hacer eco en toda la sala, y eso que apenas lo toque.

—¿En serio tú ibas a comer eso? —pregunto, señalando con mi cabeza el plato que se encuentra atrás de él. Se encoge de hombros.

—En realidad no, era para ti. Lo cocine para ti. —sonrío abiertamente, dejando un beso en sus labios.

—Bueno, entonces si me dejas a mí, puedo ser yo quién te preparé algo a ti. Eso sí, te advierto que en mis comidas no uso ningún tipo de carne.

—Cualquier cosa que hagas vendrá bien. —y esta vez es él quien besa mis labios.

Una hora más tarde nos encontramos comiendo. Veo cada una de sus expresiones al morder lo que yo preparé, y la satisfacción en sus facciones es demasiado agradable.

—¡Está muy bueno! —exclama—. ¿Dónde aprendiste a hacerlo?

La especialidad son tacos de verdura.

—A los dieciséis, cuando recién me iba adentrando al mundo de dejar de comer carne, comencé a buscar recetas en Internet, en libros de cocina que conseguía en la biblioteca, y una de todas las que más me llamó la atención, fueron estos tacos. Fue lo único que comía durante un mes ya que me encantaban. Luego seguí buscando más recetas de diversos tipos. —le cuento, y él sigue comiendo. Yo me quedo en silencio, disfrutando de la comida y su compañía, pero hay algo que no me deja de inquietar la cabeza.

INFERNAL © ┋ ¿En quién confías? [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora