Almas tambaleantes.

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ALMAS TAMBALEANTES


Los ojos violáceos de Hinata se cerraron con pesar al apenas apagar el motor de su coche frente a esa torre departamental; los mismos le ardían.

Horas atrás, en aquella clínica, había subido de nuevo a hablar con Itachi luego de calmarse y ocultar su llanto, saber a Mikoto realmente mal volvió a desmoralizarla. Todo había sido un fracaso. Tembló al recordar.

Ahora eran casi las doce y bajo la luz de los altos postes se veía caer una muy fina lluvia que volvía más gélida la negra noche.

«Ve a descansar, aquí no hay mucho que se pueda hacer» las palabras de Itachi volvieron a ella que no se atrevía a despegar su mirada del volante de su auto. Mikoto volvió a dormir tranquila al haber sido sedada y la tensión en la que se quedó la familia Uchiha era palpable, y aún sin estar tan convencida, había salido a pasos lentos de ese edificio médico.

Tragó pesadamente y le rogó a sus ojos no llorar cuando jaló la pequeña manija que abrió la puerta del coche. Salió de él y avanzó como si el aire frío no le helara las piernas; cruzó el pequeño lobby ignorando, por primera vez, al encargado a esas horas del edificio, más preocupada en la sensación que le apretaba el pecho al grado de hacer su respiración pesada, y que también la paralizaba más que el frío.

Subió por el elevador y tuvo que morderse el labio para salir de él. Apenas lo hizo, vio la puerta de ese departamento al que se dirigía.

«Escúchame algo, Hinata... vete al infierno.»

Aquellas crueles palabras casi le impidieron avanzar.

«¿Qué estoy haciendo aquí?» se preguntó insegura al finalmente detener sus pasos. Era estúpido buscarlo, ¿qué le diría? Él tenía todo el derecho de saber sobre su madre y ella también se lo había ocultado, pero, ¿qué podría haber hecho ella?, aquello ya era un secreto muy bien guardado; además...

Negó en silencio y retomó sus pasos, tocó.

Además, además se suponía que ella ni siquiera tenía que estar en esa situación, ese no era su problema, nunca lo fue y nunca debió haberlo sido; ella no tenía por qué estarse sintiendo mal.

«Quiéreme, Hinata» «Te quiero» «Haré que no puedas vivir sin mí»

Aquellas frases soltadas por Sasuke, tiempo atrás, le humedecieron los ojos y los hicieron arder. Con la visión empañada y distorsionada por las lágrimas, Hinata volvió a tocar el timbre.

Tuvo que tragar pesadamente para liberar su garganta de ese nudo que le molestaba. Respiró con pesadez todavía sintiendo que debía irse pero sus pies permanecieron como imantados al suelo frente a esa puerta que no se abrió.

Timbró por tercera vez y lo llamó con su voz frágil y quebrada.

No hubo respuesta.

—Tal vez es mejor así— se dijo viendo la perilla inmóvil en la puerta, tras la cual, ningún ruido se escuchaba —. Santo cielo, Hinata, vete ya— se suplicó cuando sus lágrimas se asomaron fuera de sus ojos. La verdad era que no sabía qué iba a decirle, ni tampoco quería pensar qué nombre tenía esa fuerza que la llevó a buscarlo.

Se giró y apresuró sus pasos para irse. Era el momento de dejar todo atrás, ese enorme error que cometió al prometer quedarse con él mientras el deceso de Mikoto llegaba, se estaba fracturando, dándole una posibilidad de escape; Sasuke ya había dado por finalizado lo de ellos, eso fue claro luego de cómo la miró, ahora ella sólo debía mantenerse a distancia y al paso del tiempo, ambos lo olvidarían. Había sido decepcionante para él y ahora seguro la odiaba, entonces no habría razón para que la buscara. Todo estaría bien.

ConsecuenciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora