EL BUENO [01]

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Hay ocasiones donde nada es suficiente

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Hay ocasiones donde nada es suficiente. Y cuando tienes lo esencial, sientes que algo falta. Ese es el problema de los que alcanzan la cima cuando ya no la ven como su meta. Siempre habrá algo más qué necesitar, es solo cuestión de tiempo hasta sentir la incomodidad al no tenerlo, y querer conseguirlo...

—Yo creo que deberías conseguirte un novio, Andrea —se quejó mi madre.

Rodé mis ojos. Ella me quitó la emoción de mi inesperada visita. Después de una introspección exhaustiva, al fin sé que necesito. Quiero un hijo. Algo muy difícil cuando llevo soltera desde hace cuatro años.

—No necesito un novio, má —suspiré aburrida.

Mi madre es una mujer rellenita, de claro cabello castaño cortado por sus hombros. Cuando retractó su cuello sus mechones rozaron sus mejillas llenitas.

—Andrea, ¿cómo esperas tener un hijo sin lo más importante? Necesitas una semilla. Y esas solo las producen los hombres.

Dijo palabra por palabra, bien articulada como si le hablase a su clase de niños del quinto grado. Ella no tiene qué explicarme cómo se hacen los bebés. Tengo 33 años, sino lo supiera, ese sería un problema.

Me recosté en el sofá de su sala de estar. Empinándome mi taza de té con mucha crema y azúcar. El dulce y yo, somos mejores amigos. El gimnasio también quiere unirse a mi lista de amistades, lo soporto porque lo necesito, pero lo odio.

—Mamá, ahora hay muchas formas de conseguir esa semilla sin necesidad de tener un hombre. Por ejemplo, están los donadores de esperma. Solo debo hacer una cita en una clínica de fertilidad y sería el inicio de algo importante para mí.

Mi madre me educó sola. No necesité a mi padre para salir bien. No tuve mi etapa de rebelde, y tampoco algo peor. He sido una buena hija, porque reconozco el esfuerzo de mi mamá al criarme ella sola. Ahora quiero lo mismo.

Quiero un hijo o hija por el que luchar. Tengo un buen empleo como asistente personal, y sí, odio a mi jefe. Pero el sueldo es suficiente para costearme una vida acomodada, y tener un bebé. Siempre fui la niña que soñó con casarse a los veinticinco y formar una familia. No resultó, pero eso no significa que no pueda tener mi versión de una familia.

—Ay, Andrea —gimió mamá, desganada—. Tener un hijo no es tarea fácil. Y menos cuando eres madre soltera.

—Lo sé. Pero... siento que lo necesito. Quiero un bebé.

¿Sonaba raro? Un poco. Pero no habría nada que me hiciera cambiar de opinión...

***

Una semana después ya estaba incluida en un programa de fertilización. Antes que nada, tomaba vitaminas y ácido fólico, preparaba mi vientre para el desafío de engendrar un bebé. Colocar esa semilla en mi interior, era solo cuestión de tiempo.

Me costó un poco de trabajo, pero al final había conseguido una clínica de fertilidad cerca de London City, a diez minutos de mi trabajo, para poder asistir a las consultas en mi hora de descanso. Tengo tres años en HICKS, una fundación multipropósito que se encarga de recaudar dinero y luego disponerlo en proyectos de desarrollo social en países que lo necesiten.

Entré siendo la asistente de Simon Jör, es el jefe de contaduría. Un genio con los números, pero sus habilidades sociales son un asco. Trata a la mayoría como un mal necesario en su vida, así que me he aguantado su apatía por tres largos años. Soy alguien muy paciente. Demasiado.

—¡Andrea! —me ladró aburrido, desde su oficina.

Ya dejó de sorprenderme cómo logra traspasar su cruda voz a través de su puerta cerrada. Solo dejé de mi escritorio con mi computador encendido, acercándome a su oficina detrás de mí.

Abrí la puerta y entré por una rendija, todavía sosteniendo la manija en mi mano. Es una vieja manía, después de entender que él solo grita porque quiere una taza de café o se le ha olvidado algún pendiente y no necesita que me siente frente a él a escucharlo. Intento pasar el menor tiempo en su presencia.

—Dígame, señor Jör.

El hombre ni siquiera alzó la cabeza del libro que tenía sobre el escritorio, con una mano tomaba notas, totalmente concentrado. Empecé a ver el inicio de su calvicie hace unas semanas, siempre me he preguntado si él ya lo sabe. De seguro no, o dejaría de inclinarse tanto hacia el frente cuando está escribiendo.

—Owen te llama —murmuró impaciente—. Ve qué desea y luego regresa. No saldré a comer y necesito que vayas por mi almuerzo.

—Seguro, señor Jör...

Ni un gramo de apatía en mi voz. Soy encantadora.

Dejé el piso de contaduría casi corriendo. El Gran Jefe llama. Owen Hicks, fundador de la organización y un bombón de hombre. Ya había entrado a los cuarenta, y sencillamente él es ese vino añejo que no quieres desperdiciar. No me importó volar hacia el área ejecutiva cuatro pisos más arriba.

Una vez estuve ahí, noté lo vacío que se hallaba el lugar. El escritorio de la asistente de Owen estaba libre. Raro. Greta, es una señora muy responsable. La he visto con buenos resfriados atendiendo teléfonos. Además de hacer el trabajo que le corresponde a la hija de Owen, Cressida. Una chiquilla muy mimada.

—¿Greta? —pregunté a nadie en particular.

Pero ella no respondió, no estaba cerca. Me encaminé hacia la puerta de Owen a la izquierda, toqué tres veces y luego me dispuse a entrar. Como siempre, sonreí al verlo detrás de su escritorio frunciéndole el ceño a su computador. Resopló cansado y giró su guapo rostro hacia la entrada.

—Hola —me saludó, de pronto emocionado—, Andrea, ¿cierto?

—Sí, señor Hicks.

Él negó con fervor, señalando con su mano el asiento frente a su escritorio.

—Les he pedido a todos que me llamen Owen. Por favor, hazlo tú también.

Entré directo hacia el asiento, sonreí antes de encoger mis hombros.

—De acuerdo, Owen.

No me esperé su sonrisa de dientes blancos, pero devastó mis hormonas como siempre. Tengo una sana obsesión por mi Jefe. Lo admito. Quién podría decirle no a Owen Hicks. Tenía todo bien, un alto espécimen moldeado con músculos que su ropa formal intenta no mostrar.

Siempre tendré el placer de ver su rostro, tiene ese atractivo masculino que al sonreír un ovario muere de placer. Y son sus miradas de ese tono verde oscuro son las culpables que yo me muera por mi jefe.

—... Bueno, Andrea, ¿qué dices? —preguntó eufórico.

Fruncí el ceño. ¿Qué fue lo que me dijo? Oh por Dios. Me distraje de nuevo, observando sus deliciosos labios moverse y mostrar esas pequeñas sonrisas que desatan el hoyuelo en su mejilla.

—Eh... ¿me repites la pregunta? Es que quedé conmocionada por la noticia —me excusé fingiendo asombro.

Owen cabeceó con suavidad. Se creyó la mentira.

—Sí, a mí también me sorprende que Greta se haya roto la pierna. Es una lástima, espero se recupere del todo es una mujer ya mayor... —murmuró pesaroso, suspirando con pesadez—. Y la pregunta era ¿si te parece cubrir su puesto estos meses? No creo que Simon esté necesitándote mucho.

Oh, pobre ingenuo. Ese hombre necesitaría un esclavo para sobrevivir una semana. Pero después de todo, ¿cuántas veces tengo la oportunidad de darle una lección de humildad a un desdeñoso sujeto? Esto es oro.

—Supongo que estará de acuerdo si tú lo ordenas —sonreí emocionada—. ¿Cuándo comienzo?

Owen igualó mi sonrisa, levantando su teléfono.

—Justo ahora. Le diré que te quedas aquí.

Oh, sí.

EL BUENO, EL MALO Y EL PROMISCUADonde viven las historias. Descúbrelo ahora