Scott despertó temprano a la misma hora que cada lunes por la mañana. Su tiempo de alistarse para ir al trabajo estaba medido. Así que no perdió el tiempo mirando al espacio y salió de la cama en modo automático, como si no hubiese pasado su noche acurrucado contra el pecho tibio de otro humano.
Mojó su rostro en el lavabo del baño solo para desperezarse. Se quitó la camisa y luego el bóxer sin atreverse a echar un vistazo al espejo. Odiaba hacerlo, así que lo evitó como la peste. Ingresó a la regadera y abrió el grifo del agua que salió fría por varios minutos. No le molestó meter la cabeza y humedecer su caliente piel. Tal vez así su pene aprendía a no levantarse más temprano que su cerebro.
Scott estiró su mano hacia el estante donde se hallaba su champú. Cuando levantó el bote y sintió su ligereza soltó un pesado suspiro. Olvidó que el sábado de compras incluía productos de higiene. Tampoco tenía jabón de cuerpo por separado, se confió que su champú cubría ambas funciones. Y ahora estaba en un predicamento.
El rubio se quedó estoico bajo el agua tibia de la regadera por más de un minuto, mirada fija en las baldosas blancas. Pensó seriamente sus opciones:
Ya estaba empapado por completo, así que podría solo... ¿secarse? ¿Olería raro en la tarde si hacía eso?
Usar el jabón líquido de manos lo tentó demasiado, hasta que recordó que olía a fresa mística y se rehusaba a oler así de dulce.
Su última opción (ignorando a propósito el detergente para ropa), era Mick. Tendría que despertarlo y pedirle su neceser. Sin embargo, la opción de solo secarse y afrontar un olor extraño que su desodorante no pudiese ocultar, empezó a sonar muy bien.
—Solo... pregúntale... —suspiró desganado, con su corazón empezando a latir el doble de rápido.
Este cambio de horario tenía a Mick descompensado en sus horas de sueño. No sintió a Scott escabullirse de su lado, siguió dormitando boca abajo, profundamente anestesiado por el cansancio. Hasta que fríos y húmedos dedos tocaron su hombro desnudo.
Mick inhaló con fuerza y alzó la cabeza de la almohada. Miró hacia su izquierda, entrecerrando sus ojos por la jodida luz de la mañana casi cegándolo y la figura de Scott chorreando agua de sus largos mechones rubios. Mick se fijó en el chico, en la toalla blanca que sujetaba con un puño alrededor de su magra cadera. Las gotas de agua seguían frescas en la pálida piel del rubio.
—¿Me prestas champú?
Mick sacudió su cabeza despertando su aletargado cerebro. Alzó la mirada hacia los ojos claros del rubio, notando su rostro enrojecido e incomodidad en su semblante.
—¿Quieres qué? —jadeó Mick, confundido.
—Champú. O jabón —repitió Scott, esnifó una vez antes de limpiar su nariz con el dorso de su mano—. No quiero oler a fresa mística o a Tide.
Mick alzó ambas cejas, más confuso que antes. ¿Por qué olería a fresa o detergente de ropa? El detective prefirió no hacer preguntas. Por la cara de Scott parecía que el chico ya estaba pasándola mal, sin ayuda de terceros. Mick rodó en la cama, boca arriba, restregó sus ojos con el talón de su mano y señaló hacia la cómoda a su derecha con la otra.
—Ya sabes dónde está mi maleta. Toma mi neceser, usa lo que quieras. Champú, crema de afeitar, la rasuradora... —enumeró con un bostezo.
Scott miró sobre su hombro hacia la cómoda y la maleta de mano que descansaba en la parte superior. Se dirigió directo a la maleta, levantando la tapa. Tomó el estuche de cuero negro de Mick, donde sabía que estaban sus productos de higiene. Pero su piel se erizó como un gato asustado apenas escuchó la voz baja del hombre llamando su atención.
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EL BUENO, EL MALO Y EL PROMISCUA
ChickLitEl bueno, el Malo y el Promiscua, serán los relatos cortos de tres personajes secundarios diferentes de NO TE ENAMORES DEL SEÑOR SEXO, que tuvieron una forma peculiar de encontrar el amor. Nadie les dijo que la redención para ser felices sería tan d...