EL BUENO [08]

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Soy la fabulosa asistente del área ejecutiva en Hicks. Muchas gracias.

Regresar se sintió tan bien. Maddie me felicitó cuando me encontró instalada en mi viejo escritorio. Ahora ella tenía una oficina propia, y se encargaba de los proyectos que debería tener Cressida.

Debo admitir, que quitarme ese peso de encima, fue hermoso. Porque ahora, sí soy una asistente con tiempo en su vida, y un bebé en su vientre, no puedo olvidar eso.

Cuando la heredera Hicks apareció, fue incluso más efusiva que Maddie. Me abrazó fuerte y me sonrió porque ahora tenía devuelta con quién almorzar. Es una flaca muy cínica.

El último en llegar fue Owen, con cuatro vasos de café y una sonrisa en su atractivo rostro. Caminó como el dueño del lugar hacia mi escritorio, con esa altanería juguetona que me hizo sonreír.

—Feliz primer buen día, señorita Claire. Para ti.

Me tendió uno de los vasos. Sonreí, aceptando su ofrenda de paz, con gusto. Olfateé el vapor que todavía salía de la tapa de seguridad, olía como mi favorito chai de mango. Mi bebé pateó del gusto.

—Oh por Dios, Owen. Gracias. ¿Cómo supiste que este es mi favorito?

—Un pajarito me lo dijo —murmuró con misterio.

El único pajarito que conocía mi debilidad, era Madison. Debo agradecerle después. Owen desapareció en la oficina de Maddie primero para dejarle un café, y luego en la de su hija. Parecía padre de dos y no de una. Después de todo, ambas tenían edades muy relativas.

Navidad ya había azotado mi calendario, estábamos en diciembre y para estas fechas me emociono el doble. Dejé galletas de avena y pasas para Madison. Cressida era fan a las galletas de arroz. Y dentro de la oficina de Owen, lo esperaba un empaque con galletas de chocolate, diseñadas como botas de navidad.

Así que cuando el hombre entró a su oficina, tardó solo dos segundos en salir de nuevo con una galleta de navidad ya mordida, en su mano y una mirada recelosa en su masculino rostro.

—¿Quién te dijo que me gustan estas? —me reclamó incrédulo.

Me encogí de hombros.

—Un pajarito me lo dijo.

Le agradecí mentalmente a Cressida por el consejo...

***

Mi relación con Owen volvió a ser igual que la primera vez. Incluso con las miradas indiscretas. Solo que... mantenemos la distancia. Él no olvida que estoy embarazada, y yo he decidido que la próxima vez que deje entrar a alguien en mi vida, debe amar también a mi bebé.

Los chicos en recursos humanos fueron mis duendes navideños que me ayudaron a decorar el área ejecutiva con guirnaldas, y adornos de navidad. Incluso había bonito árbol sintético, decorado con nieve falsa, cascabeles y pelotas rojas y verdes.

—¿Por qué me siento en el taller de Santa cada vez que entro aquí? —murmuró Madison, acercándose a mí cuando dejó el elevador.

Sus ojos lilas observaron el árbol, antes de esbozar una media sonrisa.

—¿No hiciste esto cuando cubriste a Greta el año pasado? Los adornos están en la bodega del fondo.

La chica se encogió de hombros, restándole importancia. Casi me da un infarto al notar que ella no era aficionada a las fiestas. ¿Debería hacerle un exorcismo navideño para que vuelva al camino de Santa Claus de nuevo?

—Pues no le di mucha importancia. Lo siento —murmuró indiferente—. Y ya que te veo, ¿cuándo debo dar mi regalo de Santa secreto?

—Esta semana, si quieres.

Madison cabeceó con suavidad, y se retiró a su oficina.

Puse una mano en mi espalda, cada día siento que estoy por reventar y todavía me queda camino que recorrer con mi embarazo. Estoy en la etapa que odio mi vejiga y que me duermo apenas apoyo la cabeza en algo. Ni hablar de mis deseos sexuales frustrados.

—¿Andrea?

Giré mi rostro hacia Owen, él esperaba de pie bajo el umbral de su puerta. Lucía ansioso. No lo hice esperar, me alejé del árbol de navidad hacia su oficina. Cuando me senté frente a su escritorio, el hombre inhaló hondo, como si necesitase tomar valor.

—¿Qué sucede, Owen? Me estás asustando...

—Quiero confesarte que soy tu Santa secreto —sonrió maravillado, sacando un sobre rojo de su gabinete—. Y este es tu regalo. Una membresía para un spa. Pregunté, y me afirmaron que tienen camillas de masaje de maternidad, y masajistas experimentados en clientas embarazadas.

Tomé el sobre como si estuviese dándome una estatuilla de oro. Llevo semanas deseando relajarme, y muero por un buen masaje. Se me acumularon las lágrimas en mis ojos.

—Gracias, esto es muy lindo —sollocé, sorbiendo por la nariz.

Owen arrugó el rostro, apenado.

—Oh, se me olvidó que estás muy sensible. ¿Qué hice los pañuelos?

Cuando encontró los kleenex navideños, me tendió la caja para que pudiera tomar unos cuantos. Limpié mi llanto de embarazada, bajo su tierna mirada. Cómo me habría encantado que su regalo fuese un beso en los labios y un abrazo reconfortante.

—Otra cosa que quería discutir contigo, es la llegada de una asistente que pueda aprender de ti estas semanas, y así cubrirte cuando estés de permiso...

Casi se me salió el corazón. Al menos no dijo, "te devuelvo a Simon". Eso me habría devastado.

—¿Y cuándo tienes pensado traer a alguien más? —pregunté amable.

—Lo más pronto posible. Tendré que decidir por mi cuenta, Cressida seguirá fuera hasta enero, y Maddie ya tiene un viaje pendiente a París, no la molestaré con esto...

Cabeceé con suavidad. Preguntándome ¿qué clase de persona elegiría Owen por su cuenta? Espero sea un chico, para evitar los celos de verle hablándole a otra mujer que no sea Maddie o Cressida. Ninguna es una amenaza, son como hijas para él. Bueno, una lo es.

Sé que él y yo, estamos tomando todo con ética laboral esta vez. Pero eso no significa que no podríamos ser amigos... y vernos fuera de la oficina... y... estoy divagando de nuevo. Soy tan débil, ¡es que es Owen Hicks! Es su culpa. Odio que me sonría con ternura, me hace creer que le importo más de lo que quiere decirme.

Respiré hondo, y me armé de valor.

—Puedo preguntarte ¿con quién pasarás las fiestas, Owen?

Lo dejé desequilibrado en un instante.

—Eh... yo... —murmuró vacilante— por lo general acepto la invitación de mi amigo Pierre para pasar la semana en París. ¿Por qué lo preguntas?

Porque quería pasar navidad con él. Miré de reojo mi vientre, y recordé mi promesa. Owen me quiso un tiempo, cuando la posibilidad de un bebé no estaba en su cabeza. Me dolió el corazón al tener que parchar el agujero que me hice a propósito por creer que podía conseguir una oportunidad de obtener un abrazo de Owen para navidad.

—Me intrigaba saber —mentí, sonriéndole con amabilidad.

Él cabeceó con suavidad, sin conocer el daño que tenía en mis órganos internos. Amar a mi jefe, es el peor regalo de navidad...

EL BUENO, EL MALO Y EL PROMISCUADonde viven las historias. Descúbrelo ahora