EL PROMISCUA [09]

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Estar en una casa llena de familia, se sintió

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Estar en una casa llena de familia, se sintió... distinto. Escuché pasos apresurados en el pasillo y risitas de niños seguida de la voz de un adulto, instándolos a jugar en otro lado. Sonreí, estaba en un hogar.

Una vez rodé hacia mi derecha en la cama, supe que sería un nuevo día lleno de más emociones. Pierce estaba a mi lado, abrazándome con fuerza para que no me escapase. No quiero alejarme de su calor, es la primera vez que me siento cómoda conmigo misma, solo por estar a su lado, dejando que los sentimientos fluyan entre nosotros...

No pude resistir las ganas de besar su nariz mientras seguía dormido, con la mitad del rostro enterrado en la almohada. Él inhaló hondo y empezó a separar sus párpados, fijando su mirada turquesa en mí. Mi corazón se sintió de gelatina.

—Buenos días, preciosa... —murmuró con su voz ronca adormilada.

—Ya lo decidí —le dije emotiva—, me va a encantar amanecer contigo.

Me costó comprenderlo, quitarme los miedos de encima y solo... entregar mi corazón al amor. Jamás había sentido que mi alma podía derretirse de felicidad, que hay un código especial de latidos para declararme enamorada. La calma después de la tempestad, nunca se sintió tan bien como ahora.

Solo los dos, juntos, piernas entrelazadas y las manos de Pierce acariciando mi espalda, mi vientre. Erizó mi piel, sacándome una sonrisa satisfecha.

—Me pasa lo mismo, cariño. No sabes lo feliz que me hace que estés aquí conmigo. Quería mostrarte esta felicidad desde hace meses, Freya...

Uní mi frente a la suya, compartiendo la misma almohada. Bajo las sábanas, somos un caos de extremidades y manos sobre el otro. Y se sentía perfecto...

***

—¿Y si es un alien? —preguntó Daniel.

Mismos ojos claros y cabello castaño casi rubio como su mamá Harriet. Era una ternurita de cuatro años que desconocía que tenía chocolate embarrado en su mejilla. Yo intentaba limpiárselo con mi pulgar, mientras su manito tanteaba mi panza, con mucha delicadeza.

Las dos niñas mayores que él, Debby de nueve y Lucie de seis, rodaron sus ojos ante las locuras del más pequeño de la casa. Es lindo.

—No seas tonto, Dany —bufó su hermana mayor Debby—. Es un bebé. Y será igualito al tío Pierce, ¿cierto, Freya?

Cabeceé con fervor, sonriéndoles. Nos hallábamos en el patio trasero, me había sentado en uno de los columpios con asiento de madera, meciéndome con suavidad, tratando de pensar. Solo que las ideas ni siquiera lograron llegar a mi cerebro cuando fui rodeada de pequeños niños, emocionados por hacer preguntas y sentir las patadas de su futuro primo.

Es algo adorable, son tan inocentes que provoca ternura. No esperé que fuese a ser así, mis amistades no suelen tener hijos para saber cómo tratar con infantes. Estaba en terrenos desconocidos, haciendo lo mejor que podía: responder sus inquietudes y reírme de sus ocurrencias.

EL BUENO, EL MALO Y EL PROMISCUADonde viven las historias. Descúbrelo ahora